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Ocúltame esos ojos

Esteban Carlos Mejía
07 de marzo de 2015 - 01:56 a. m.

Mi amiga Isabel Barragán está como quiere estar, despampanante, una palabra que fascina a los paparazzi y sus revistas del corazón. En la cafetería del gimnasio hay poca gente. La trusa le queda como los dioses mandan. Y el sudor le huele a Channel Number Five. Lentamente mordisquea un pandeyuca, gluten free.

Me muestra La Oculta, la más reciente novela de Héctor Abad Faciolince. Se apresura a tapar la dedicatoria. “¿Es una novela de latifundistas?”, le pregunto. “No. Es una alegoría utópica o una utopía alegórica”. “Claro”, digo, desconcertado. “La Oculta es una finca por Jericó, en el suroeste antioqueño. Una ficción literaria muy colombiana. El Paraíso, de Jorge Isaacs, en el Valle del Cauca. Tipacoque, de Eduardo Caballero Calderón, en Boyacá. Cedrón, de Héctor Rojas Herazo, junto al golfo de Morrosquillo. Balandú, de Manuel Mejía Vallejo, en el filo de alguna cordillera de Antioquia. Macondo, de Gabriel García Márquez, detrás o al lado de la Sierra Nevada. Lugares ficticios, imaginarios, meras invenciones”.

Me habla de las voces de la novela. “Está narrada por los hermanos Ángel o Santángel: Antonio, Pilar y Eva”. Agarro el libro para ver la dedicatoria. Me lo arrebata sin consideración. “Antonio, músico, vive en New York y es gay, con un amante afroamericano”, dice. “¿El hombre de la novela es un marica con un mozo negro?”, me escandalizo, de buena voluntad, se entiende. “Ahí está pintado Héctor Abad: siempre metiendo el dedo en la llaga más purulenta”. Isabel cabecea contenta. “Antonio es el menos paisa, o sea, el menos chovinista de la familia. Quizás por eso se encarga de recopilar la historia de sus antepasados, desde la fundación mítica de Jericó hasta las vicisitudes de los colonos en esas breñas”.

De lejos, la dedicatoria parece sugestiva. Isabel sigue: “Pilar es la matrona. Monógama y fiel, mamá y abuela, cuida tanto la finca que termina pagándoles vacuna a los paramilitares. Simboliza a la santa y patronímica Antioquia, con sus valores más olvidados: laboriosidad, decencia, generosidad, franqueza, austeridad”. “Conozco varias señoras así”, digo. “¿Tú? Si vos sos un cusumbo solo”. El cumplido me arde.

“¿Y Eva?”, pregunto para librarme del sofoco. “En las antípodas de Pilar: artista frustrada, libre como el viento. Se casó tres veces. Primero con un presidente de la República, medio paraco, polvo de gallo él, y luego con un director de orquesta y un banquero. Se les escapa de chiripa, nadando por debajo del agua en el lago de la finca, a los sicarios que la van a buscar por negarse a convivir con ellos. Después de enemil novios y amantes se enamora de Posadita, una muchacha dulce y tierna”. Vuelvo a escandalizarme, pero no digo nada, ¿para qué?

“¿Acaso es una novela en clave?”, pregunto. “No. Es la alegoría de un sueño raizal: vivir en paz en tu propia tierra”, dice. “Sueño que se vuelve esperpento: una parcelación ordinaria”. “Inevitable”. “Y una cosita: a veces el autor se entromete con sus opiniones y pedagogías, perjudicando la voz de los personajes”. Isabel le da un último mordisquito al pandeyuca. “Déjame ver qué te puso en la dedicatoria...”, le insinúo con zalamería. “Celoso no, Mejillón”, responde y, gata veloz, me oculta La Oculta.

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