Ollas del narcomenudeo (segunda parte)

Alberto López de Mesa
08 de mayo de 2019 - 07:18 p. m.

Nancy Contreras llevaba la foto ampliada de su hijo, la ponía en su pecho como el amuleto que le garantizaba el éxito de la búsqueda. Le propuse empezar preguntando en el Idipron, que por ser la entidad que atiende a jóvenes habitantes de calle, podían orientarnos para una búsqueda más segura, de hecho, un funcionario nos pidió el número de la tarjeta de identidad de Jairo y lo encontró en la base de datos, con un ingreso a la Unidad “El Oasis”, por la planilla de registro se sabe que fue recogido en la calle sexta, por lo que, suponen, ha de ser de los que parchan entre el caño Comuneros. (LEA: Ollas del narcomenudeo)

Los del Idipron nos advirtieron que podía ser peligroso preguntarlo en ese lugar, pero Nancy estaba decidida a encontrar a su hijo, así que, sin dudarlo, partimos hacia el caño de la sexta. En la ruta, pasamos por el extinto Bronx, ahora centro de emprendimiento para la economía naranja. Nancy, tal vez para distraer su ansía, me pidió que le contara como era antes del operativo.

En la década de los 80, en el siglo pasado, ya era famosa la cuadra vecina de la iglesia del Voto Nacional y contigua al Batallón de reclutamiento, le decían la Ele. Allí habían ventas de cachivaches, cosas de segunda o robadas, habitaciones paga diario, restaurantes de comida barata y expendios de droga con fama de buena calidad.

En 2005, muchos de los desalojados del Cartucho llegaron a la Ele, entre ellos los capos de “ganchos” poderosos, como Manguera, Mosco y Morado. Por supuesto, el choque entre originales y advenedizos fue violento, Hubo traiciones y balaceras; hasta que se

ajustaron las cuentas y se impusieron los más fuertes. La ele se convirtió en un emporio de negocios ilícitos, con una gran demanda de drogadictos de toda la ciudad, al colmo del hacinamiento.

Varias paradojas se daban simultáneas en la 'Letra del mal”; la cuadra más peligrosa era la más segura para los drogadictos, las recias vendedoras de marihuana eran también madres cabeza de familia, el millonario negocio tenía como mejor cliente al estrato cero, a los habitantes de calle.

A esa altura de la charla, llegamos a la avenida sexta por cuyo separador pasa el mentado Caño Comuneros. Allí vimos varias personas que se guarecen en la parte del ducto techado por la carrera treinta.. Son desalojados del Bronx que encontraron allí refugio para su desamparo. Algunos son proveídos de droga por gancho mosco y La venden entre ellos mismos.

Maritza comento que había visto en el telenoticiero un operativo del SMAT y a una señora asegurando que desde su apartamento, en un octavo piso, los veía consumir bazuco día y noche; me dijo con humor que una mejor solución sería “vendarle los ojos a la señora”.

Como nos lo advirtieron en IDIPRON, corríamos peligro si intentábamos buscar a Jairo en ese parche, de suerte que ví salir del caño a un reciclador que conocía desde mis tiempos callejeros, lo invitamos a una panadería, le enseñamos la foto y le ofrecimos dinero para que averiguara si Jairo permanecía entre el caño.

-No, ese pelao no es de aquí, estoy seguro- afirmó- yo, a veces, campaneo, y en la seguridad una debe reconocer todas las caras. Ese pelao no lo he visto por aquí.

La noticia le causó a Nancy doble sentimiento, de tranquilidad por qué su hijo no viviera en tan ignominioso lugar y de tristeza por no tener pistas de su paradero.

En un lote baldío cerca a Sanandresito vimos una escena espeluznante: El celador de uno de los negocios vió que un joven habitante de calle defecaba en un rincón del baldío y soltó su perro para que lo atacará. La escena fue macabra, el perro enfurecido y el muchacho con los pantalones abajo intentado en vano esquivar los mordiscos.

Por insistencia de ella nos dirigimos hacia el Santa Fe, por el camino vimos en La Estanzuela, en Plaza España, En Cinco Huecos y en la Favorita, mucha gente consumiendo, ventas clandestina de droga, en dos modalidades, vendedores a pie que atienden a sus clientes furtivamente y casas que expenden a puerta cerrada.

Nancy se puso a llorar, le dolía ver tantos jóvenes a la intemperie, desesperanzados, cautivos del vicio. Sabía que su hijo Jairo debía estar en iguales condiciones.

La consolé abonando le la esperanza de que en el Santa Fé lo íbamos a encontrar.

(Está historia continuará)

 

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