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Operación Emmanuel

Alfredo Molano Bravo
03 de enero de 2008 - 03:10 p. m.

A comienzos de diciembre, me llamó Fidel Cano, director de El Espectador, a preguntarme si podía esperar mis columnas en el fin de año.

Le respondí que sí, que claro, sin presentir la dificultad que sería escribirlas en medio de los salticos que alrededor de mi hamaca dan mis nietos, y sobre un tema del que no puedo escapar ni debajo de este mamoncillo que me protege de la canícula: la liberación de Emmanuel, Clara Rojas y Consuelo González. Como todos los colombianos —exceptuando tal cual mando o ex mando—, he gozado la alegría que me produjo la decisión de las Farc, y el papel que la Negra Piedad y el presidente Chávez aceptaron volver a jugar sin retaliación y sin soberbia. Sé que por mi opinión caerán sobre mi cabeza rayos y centellas: el Gobierno ha elaborado un cuerpo de axiomas que envuelve la información militar y política sobre orden público y permite la estigmatización automática de toda idea que difiera del dogma oficial. El artífice de semejante doctrina es, sin duda, el inefable José Obdulio, una mixtura entre un Rasputín con gafas y un Goebels sin uniforme.

Hace un par de semanas, hablando con Alfredo Rangel, a raíz de la abrupta e irresponsable decisión de Uribe de terminar la mediación de Chávez y la Negra, comenté que yo no creía en una acción unilateral del Secretariado liberando a algunos cautivos. Me equivoqué en parte. No sólo por la liberación del grupo que, si el tiempo lo permite, estará abrazando a sus familiares este sábado, sino por el significado tácito de mi incredulidad. Hacía muchos años que el país, y la izquierda en particular, no conocían una determinación inequívocamente política por parte de las Farc.

Bien sea por el bloqueo mediático, por el desdén hacia una opinión modelada por la información oficial, o porque carecen de un órgano político público, lo cierto en que lo que se había percibido de la guerrilla era lo que se llama propaganda armada: toma de pueblos, derribe de torres eléctricas, bombardeo a oleoductos, retenes en las carreteras. Acciones de muy discutible efecto militar y de un altísimo costo político. Creo que esa etapa ha quedado superada, y que puede esperarse un cambio importante en su modo de comprender y hacer la guerra. El hecho de haber logrado una movilización internacional de la magnitud que estamos viendo en la “operación Emmanuel” abre una nueva y hasta hoy inédita opción: la internacionalización del conflicto colombiano, quizás una de las contadas bondades de la globalización. Nuestro problema histórico se está saliendo de nuestras manos y podría añadirse que cada día importan menos las estrategias militares de unos y otros frente a la urgencia incuestionable de la paz. Diría más: hasta ahora, la comunidad internacional había confiado relativamente en que la mano dura y la tal Seguridad Democrática podían ser eficaces para resolver el asunto. Pero hoy, la participación de ocho países encabezados por Venezuela y Francia, muestra que esa confianza se quebró y que la liberación de los rehenes y del conflicto pasa por una mesa de negociación donde la comunidad internacional cumpla un papel decisivo. Como quien dice, el conflicto colombiano es demasiado grave y profundo para dejarlo en manos de colombianos. Las Farc han sabido ventear esta corriente y le han hecho, con la liberación de Emmanuel, Clara y Consuelo, un guiño de enorme significación a los países interesados en la suerte del nuestro.

La exigencia del estatuto de beligerancia, creo, también ha quedado superada. Sin decirlo, los países que participan en el operativo han abierto un crédito político a las Farc, que se consolidaría con la liberación de secuestrados, presos y rehenes. Pero también han puesto una talanquera a todo intento de rescate militar.

Hoy, el intento de recuperar a los cautivos a sangre y fuego tendría para el Gobierno un costo político tan alto como el secuestro mismo. Sin duda, estos cambios, que en buena hora se suceden, gracias al papel desempeñado –como catalizadores– por Piedad, Chávez —y sin duda por Sarkozy—, tendrán consecuencias transcendentales en el carácter del conflicto y están poniendo al alcance de la mano la solución no militar y política de una guerra civil irregular que lleva más de medio siglo. Con el interés y los buenos oficios de los países amigos se le encontrará, pese a todos los inamovibles, la comba al palo para que el intercambio humanitario forme parte de un acuerdo duradero y, por tanto, de una negociación política total. Sin lugar a dudas, los enemigos de esta alternativa estarán montando una gigantesca campaña mediática para hacerle la segunda voz a operaciones militares de envergadura, pero es muy poco probable que hoy sean aplaudidas o siquiera justificadas por la opinión pública internacional. ¿Qué tal el plazo tan pendejo que dio el Gobierno para terminar la operación en 72 horas? Si por una u otra causa no se logra sacar de la zona a los rehenes, ¿qué pasaría? ¿Juan Manuel Santos daría la orden de bombardear la región o declararía la guerra a Venezuela? ¿Pataleos de ahogados o soberbia imperial? A propósito: ¿Que opinará Uribito sobre el despeje aéreo, un espacio que forma parte del territorio nacional como Pradera y Florida?

 

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