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Al diálogo le hace falta país

Augusto Trujillo Muñoz
13 de mayo de 2016 - 06:55 a. m.

Probablemente todo el mundo coincide en la afirmación de que la política es el sustituto de la guerra.

Un mundo que se proclama civilizado no puede suscribir el aserto de Clausewitz, según el cual la guerra es una forma de hacer política por otros medios. Necesariamente tiene que ser al revés. La política no es confrontación sino diálogo. Diálogo para tramitar los conflictos sin darse de balazos. Esa es la diferencia entre la barbarie y la civilización.

Pero ello supone reconocer la naturaleza plural de la sociedad, aceptar la existencia de intereses distintos en su seno, incluso contrapuestos, pero en todo caso legítimos. Y eso supone, también, reconocerse en el otro y asumir la idea de que ese otro tiene algo de razón. En esa relación descansa un respeto mutuo, del cual depende la convivencia.

En ese espacio confluyen la política y el derecho. Aquella para obtener, al menos, un acuerdo de mínimos y este para garantizar su vigencia. Pero a ese otro no se le puede tener por enemigo. Es, apenas, un adversario con quien se puede y se debe conversar para llegar, al menos, a un acuerdo de mínimos.

Enemigo es un vocablo de connotación eminentemente bélica, por lo cual no cabe opción distinta a derrotarlo. Adversario tiene una connotación eminentemente política, por lo cual lo que procede es persuadirlo. Para eso es el diálogo, la deliberación democrática. Sólo así pueden negociarse puntos de vista e intereses opuestos. Del diálogo nace la construcción de confianza y de confianza facilita el consenso.

Todo eso quiere decir que la paz es fundamentalmente un asunto político. En una guerra el armisticio es un problema de las dos partes, pero la paz es un problema de todos los ciudadanos. Por eso creo que, en estos días, nos están haciendo más falta los acuerdos políticos que los marcos jurídicos. El objetivo del derecho es la justicia y puede haber derecho injusto; pero el objetivo de la política es la convivencia y no puede haber convivencia violenta.

La Corte Constitucional debe volver a la prudencia que la caracterizó en sus comienzos. Necesita recordar que lo que hacen sus miembros es juris-prudencia. Y los abogados o asesores jurídicos que rondan en el proceso, por petición del Gobierno, harían mejor en promover la ampliación de los espacios políticos.

Por otra parte, las conversaciones con los ‘elenos’ no se abren desde la amenaza, ni desde un anuncio público sobre las investigaciones pendientes por sus delitos antiguos o recientes. La justicia debe seguir actuando, pero la política debe abrir una ventana para facilitar la iluminación del oscuro escenario de la guerra. Lo otro no es serio: se corre el riesgo de tener que rectificar mañana, y puede ser demasiado costoso.

La paz es un problema más serio que la guerra. Si los ciudadanos no reciben mensajes claros, jamás verán la tolerancia como un sistema de vida. La democracia no es un pacto político sino una cultura social. Por eso hay que entender que el proceso ya no se puede seguir cumpliendo a base de pactos de cúpulas. Le hace falta país.

* Exsenador, profesor universitario, @inefable1

 

 

 

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