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Alcohol y drogas para la batalla

Ignacio Zuleta Ll.
29 de diciembre de 2015 - 02:00 a. m.

Los soldados de todos los tiempos, casi siempre con la aquiescencia de sus grandes jefes, han utilizado alcohol y drogas para sostenerse en el campo de batalla.

En Anatolia, la guerra contra Troya no va bien. Las tropas griegas han perdido la moral y ya protestan. Pero el astuto Odiseo sabe cómo hacerles una transfusión inmediata de valor: trae vino en enormes cantidades y en poco tiempo la sangre en la cabeza de sus bravos guerreros hierve de valentía mientras la de sus enemigos corre por los campos. Algo después en la historia de los hombres, los templarios —esa especie de monjes paradójicos empeñados en conquistar la Tierra Santa— bebían tanto, que luego se diría “beber como un templario”. Pero podrían haber sido rusos con vodka en la segunda guerra o kamikazes japoneses que después de beberse su sake ritualmente en el ceremonial de bushi-nin, estrellaban suicidas sus aviones contra un barco enemigo.

Así que no tendría nada de extraño —según serios reportes de agencias como Reuters y la BBC— que los yihadistas modernos y especialmente los guerreros del Estado Islámico, estén utilizando en grandes cantidades una droga denominada Captagón. El Captagón es una sustancia llamada fenitilina, que al ser metabolizada por el cuerpo produce anfetamina y teofilina. Como es estimulante de la psiquis, causa —dicen— una euforia deliciosa, sensación de alerta, evita o disminuye los dolores, sube el ánimo más que el vino de Odiseo, quita el miedo y aumenta la confianza. Si así suena ideal para la vida (los norteamericanos adoran las anfetaminas, que consumen en dosis increíbles), cómo no usarla para el horror de la batalla o el honor perverso de asesinar gentiles en París.

La leyenda del Captagón es muy apasionante pues se entreteje con la historia y los intereses de occidente y el oriente medio. La fenitilina fue sintetizada en Alemania en los 60. Hacia los 80 fue declarada droga controlada, lo que disparó desde luego su producción pirata, curiosamente en países como Arabia Saudita y Siria. Allí se produce y se comercializa para el medio oriente, en el mercado negro, muchas veces mezclada con otros componentes. Hay investigaciones periodísticas que conducen a pensar que la venta de fenitilina y otras pepas es uno de los ingresos importantes del llamado ISIS y su consumo es fuente de su ferocidad inagotable. Como la guerra en Siria es un cóctel de veteranos de Al-Qaeda, insurgentes de Irak, yihadistas, voluntarios occidentales y otra fauna, no es fácil saber cómo funcionan los negocios. Pero un periódico como The Guardian se atreve a afirmar que las ventas sirias de Captagon o sus imitaciones devuelven enormes cantidades de dólares al mercado negro, con los cuales se compran armas nuevas que mantienen el conflicto ardiendo.

Nada nuevo bajo el sol, en realidad. En la misma área geográfica hubo unos famosos guerreros nizaríes cuyos enemigos denominaron Hashashin, los asesinos, porque utilizaban el hachís para el combate. Estos musulmanes chii-ismaelitas se hicieron famosos en el siglo XI por sus astutos métodos de asesinatos colectivos. Que el hachís fuera la causa, tal vez no. Pero que las sustancias psicotrópicas nos han fascinado como especie y que éstas y el alcohol han ayudado a ganar, y a perder, muchas batallas, está claro.

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