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Alepo

Marcos Peckel
11 de mayo de 2016 - 02:00 a. m.

Hace años que los muertos en Siria no son más que estadísticas que aparecen en los “huecos” que quedan en los medios una vez han cubierto todo lo demás o simplemente no aparecen del todo.

La primera masacre en Houla, un centenar de niños y mujeres, tuvo su considerable dosis de cubrimiento y rasgadura de vestiduras, después vino el silencio. 400 o 500 mil muertos, las cifras exactas no se conocen, ha dejado esta guerra, la gran mayoría civiles víctimas de las bombas de Asad y sus aliados iraníes y rusos y 15 millones de refugiados y desplazados. El ritmo de muerte ha aumentado sustancialmente desde que Rusia decidió intervenir activamente para salvar a Asad usando su ya probada estrategia de tierra arrasada que buen rédito le había dado en Chechenia.

Siria sigue siendo el agujero negro de la comunidad internacional en el que sus instituciones, sus protocolos, su derecho internacional, sus mediadores y sus buenas intenciones han sido y siguen siendo succionados. Tras el colapso del anterior orden, el país se ha convertido en la personificación de la naturaleza humana en su más cruda versión; la anarquía del “sálvese quien pueda”, la ley del más fuerte, el tribalismo in extremis, la pelea a muerte “por un pedazo de carne”, en la que intervienen igual actores locales, regionales y las potencias encargadas de “mantener el orden mundial”. En Siria, Charles Darwin hubiera tenido una tribuna privilegiada para complementar su estudio sobre la “supervivencia de la especies”.

La caótica geopolítica posterior a la guerra fría es en buena parte responsable de la agonía siria. Para los actores regionales con incidencia directa, Irán, Arabia Saudita y Turquía, el precio de perder es insostenible, pero como ninguno puede ganar, el siniestro juego es que ninguno gane. Igual sucede con Rusia, que no puede darse el lujo de perder su influencia y su incómodo aliado Asad. Estados Unidos por su parte, sin estrategia más allá de su obsesión con ISIS, viendo además como Irak se hunde en el mismo pantano, le ruega a Putin que no mate más, a lo que Putin hace oídos sordos.

Alepo, la mayor ciudad de Siria antes de la guerra, patrimonio histórico de la humanidad, su capital comercial, con una rica historia de progreso y opulencia, pero no corta en guerras y conflictos, enclave multiétnico y multirreligioso en el que otrora convivieron musulmanes, cristianos y judíos, es hoy una ciudad en ruinas, su herencia histórica ha sido destruida y es el epicentro de la rapiña entre el régimen y sus opositores. Los cazas rusos y sirios arrasan con hospitales, escuelas, lo que está en pie, buscan sitiar la ciudad y matar a rebeldes y los pocos habitantes que aún quedan de hambre, tal como lo han hecho en otros lugares de esta atribulada geografía. El destino de Siria no se definirá en Alepo. Siria ya no existe, no tiene destino.

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