Anaqueles de guerra

Ana Cristina Restrepo Jiménez
19 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.

Año 2002. Ardieron los ranchos. Después de una incursión paramilitar, las familias desplazadas se instalaron en una escuela al frente de la Biblioteca Pública Centro Oriental de la Comuna 13 de Medellín. En la mañana, cuando llegó el personal de la Biblioteca, los niños revoloteaban hambrientos. Los adultos dormían el pavor del puente festivo.

Consuelo Marín, promotora de lectura, le dijo a su asistente: “¡Tan parecido a Las uvas de la ira, de Steinbeck!”. Leyeron juntos algunos párrafos. Y prepararon decenas de desayunos.

Asumimos que las bibliotecas albergan relatos conmovedores. Nunca imaginamos que, a veces, el recinto mismo es la historia...

Cuando Consuelo y el bibliotecólogo Pedro Agudelo llegaron a la Comuna 13, conquistaron a pie el Morro del Ché, La Escombrera y Belencito corazón. Con la compañía de líderes comunales, puerta a puerta, y con perifoneo, se ganaron la confianza de la comunidad.

Eran los días de las operaciones Mariscal y Orión. Desde El Caguán llegaban guerrilleros de las Farc, que se topaban con comandos armados, el Eln, y paramilitares.

Puesto que los combates arreciaban sin previo aviso, la Biblioteca diseñó un protocolo de seguridad: al primer disparo, alguien cerraba la puerta. Otra persona retiraba a los curiosos de los ventanales; alguien más resguardaba a los lectores debajo de las escalas. Otro se agazapaba detrás del escritorio para llamar a tranquilizar a los padres de los niños.

Las bebidas aromáticas –para los nervios– nunca faltaron en la Biblioteca.

Como cualquier lector, los milicianos entraban para hacer consultas de formación política: biografías del Ché Guevara (llegaron a recortar fotos de textos para ilustrar panfletos) y el Comandante Marcos, y libros sobre la historia de Colombia. Consuelo aprovechaba para cautivar nuevos lectores, las obras de Alfredo Molano eran las favoritas.

La Biblioteca, plural, sin sesgo político ni religioso, era el punto de encuentro: allí estudiaban los hijos de los milicianos, sus madres recibían talleres de costura... Los violentos respetaban la Biblioteca porque allí departían sus seres amados.

Una mañana ingresaron diez encapuchados. Preguntaron por “el jefe”. La Biblioteca quedó desierta en segundos.

A medida que Pedro avanzaba un paso, el encapuchado retrocedía.

– “¿Qué necesita?”, preguntó el bibliotecólogo.

–“Un computador y una impresora”.

–“Bien pueda: lléveselos”.

–“Solo necesito imprimir”.

Pedro señaló la impresora.

–“No sé cómo manejar ese aparato. Hágale usted, pero no mire”.

Con las manos temblorosas, Pedro insertó el disquete. ¡Nunca una impresora fue tan lenta! Con un apretón de manos, el guerrillero le dio las gracias. Desapareció con las fotocopias.

Consuelo aceptó su trabajo a sabiendas de que se dirigía a un germen de guerra: “Uno está joven y siente que puede cambiar realidades”. 15 años después, ¿todavía cree que es posible? “Solos no, porque nos come el miedo y la desolación. Con los otros, con la comunidad: sí”.

Hoy, la Comuna 13 se transforma.

Anales por anaqueles de guerra. Ante la perspectiva de un nuevo y mejor Acuerdo, Colombia está en mora de escribir otra Historia y redefinir sus héroes, aquellos que han resistido desde los espacios de la cultura.

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