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Bicicleta estática

Pascual Gaviria
12 de abril de 2016 - 08:24 p. m.

En 1993 el ciclismo colombiano cerraba un ciclo internacional que lo llevó a tener hasta tres equipos corriendo de forma simultánea en Europa.

Se cumplía una década larga desde la primera participación de una escuadra nacional en el Tour y la generación del “desembarco” europeo agotaba sus fuerzas. Herrera y Parra estaban en retirada y nuestra bandera en las grandes vueltas quedaba en manos de lo que pudieran hacer Oliverio Rincón (ese año ganó en Lagos de Covadonga) y Álvaro Mejía (quien alcanzó a ser el líder de Motorola). Café de Colombia había desaparecido en 1991 y Postobón cerraba su ciclo internacional luego de un último intento con cuatro lituanos encargados de remolcar a los escaladores en las largas etapas planas. Era el momento de volver a mirar a nuestras cumbres.

Antioquia aprovechó el regreso de Oscar de J. Vargas y Carlos Mario Jaramillo para armar un equipo propio, Orgullo Paisa, que recordaba las grandes rivalidades ciclísticas de los años 60. La Gobernación fue la encargada del primer impulso y el patrocinio. Han pasado 23 años y el equipo se convirtió en el gran semillero del ciclismo antioqueño. También han pasado políticos de todos los colores y el Orgullo ha logrado sobrevivir en ese mundo turbio y competido de los lagartos disfrazados de dirigentes deportivos. Pero con la llegada de Luis Pérez aparece la etapa más difícil. Luego de tres meses de anuncios, amagues y tramas el equipo no despega.

En los últimos cinco años el Orgullo Paisa había logrado un equilibrio con Santiago Botero como gerente y Gabriel Jaime Vélez como director general. Indeportes Antioquia, Benedan, La FLA y el IDEA compartían el patrocinio para tener un equipo con 12 corredores élite, 6 sub-23 y 10 juveniles. El presupuesto anual era cercano a $2.400 millones, lo que vale un jugador del montón de uno de nuestros equipos de fútbol. Aportes públicos a un club de ciclismo privado que es representante departamental y primera vitrina profesional para los ciclistas antioqueños. Santiago Botero convirtió el equipo en ejemplo nacional de organización, con orden y la historia de una camisa arcoíris lograba gestionar cerca de $400 millones cada año para el club. Gabriel Jaime Vélez lleva 25 años persiguiendo ciclistas por las lomas de Antioquia, sacó a Carlos “El Bananito” Betancur de un cafetal en Ciudad Bolívar y se llevó a Rigoberto Urán de Urrao a Jardín en el peor momento para el joven corredor. Además, ha entrenado a Mauricio Ardila, Leonardo Duque, Sergio Luis Henao, Julián Arredondo, Luis Felipe Laverde y Fernando Gaviria. Es un hombre que hace ciclismo de cantera y de carretera, que forma y dirige.

Pero se juntaron el regionalismo barato y la politiquería y a 60 días del inicio de la Vuelta a Colombia los corredores entrenan por su cuenta, no cobran desde el pasado 15 de diciembre y correrán la Vuelta al Tolima con una camisa de Autolarte que intenta darles una mano. La Gobernación se empeñó en colocar a “mis hétores”, Héctor Manuel Castaño y Héctor Iván Palacio, excorredores que terminaron pedaleando votos al mejor postor. “Mis hétores” los bautizó Luis Alfredo Ramos para quien peregrinaban y ahora son escaladores de tarima de Luis Pérez. Pretenden imponerlos como directores con mentiras sobre sus logros y un falso regionalismo según el cual el equipo se llenó de “extranjeros”, cuando toda su base es antioqueña y solo dos ciclistas del cuadro élite son de afuera del departamento. Nuestro ciclismo está de nuevo en los podios de Europa, pero los equipos locales tienen la condena de los señores de la intriga y la uña larga. El sector público tiene la gran facilidad de destruir una historia larga en apenas cuatro meses.

 

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