Publicidad

Borges: el incierto

Juan David Ochoa
18 de junio de 2016 - 02:00 a. m.

A 30 años de sus noches en la muerte, como describía el mismo Borges la oficialidad de un difunto en “La noche que en el sur lo velaron”, el mundo lo recuerda desde todos los ángulos que tuvo entre la multiplicidad de sus reflejos: el viejo sabio, el metafísico, el universal, el geométrico, el memorioso, el trágico, el nostálgico de las virtudes militares que no tuvo, el perseguidor metafórico del peligro que nunca sintió.

Todas las posibilidades las sugirió en sus páginas por las que hablaron cuchilleros, inmortales irredentos, vengadores trágicos, suplantadores de su Yo, víctimas de memorias atávicas que resumían el tiempo y las leyendas del mundo. Todos los puentes entre los célebres muertos de la lengua los construyó para hacer de la literatura un juego entre fantasmas conscientes de una incertidumbre poderosa: su permanente alusión a Schopenhauer, “que acaso descifró el universo”; su adicción a G.K Chesterton, el llamado príncipe de las paradojas que subvertía las teorías y los paradigmas más firmes; sus recuerdos imaginados de los barcos vikingos que sustentaban una raza proveniente de los últimos relámpagos de la tierra, su metafísica Berkeliana que le entregaba las licencias de un idealismo violento.

Fue el erudito indiscutible que usó sus prólogos para publicitar autores que apenas eran leídos por cofradías de lectores marginales en este lado marginal de la modernidad, y fue también, entre una idolatría a su estirpe militar de ancianos heroicos, un errático opinador del mundo práctico en que vivía, ( no todos los viejos sabios son prudentes o dicen la verdad) al cual salía desde su biblioteca sin peligros reales, llamando a los ejércitos del dictador Videla “un gobierno de caballeros”, y a los deportes no precisamente cultos un entretenimiento de estúpidos, sin matizar sus prejuicios y su desconocimiento en cualquier campo del mundo que no fuera la literatura.

Era mejor cuando se dedicaba a ser el Borges que conocemos hoy sobre todos sus deslices; un escéptico continuo que reunía las vertientes humanas y los parajes de todos los destinos, reconociendo el misterio y la solemnidad, para disolverlos otra vez en la reafirmación del azar y del capricho ciego de las voluntades que sin saberlo habían construido durante siglos monumentos de palabras inventadas para reconocerse en el tiempo y soportar el terror y las fieras de las noches.

Era mejor cuando inventaba citas y autores supuestamente olvidados para afianzar las posibilidades que sin haber sido registradas no dejaban de ser reales. Su literatura, aunque no haya sido reconocida nunca por el prestigio de un Nobel caprichoso, hizo de las referencias un recurso más entre sus figuras oficiales (las espadas, los espejos, los laberintos, los tigres) que le permitían todo el juego abierto a la infinitud de un conocimiento circular sobre lo real y lo oculto, sobre lo nombrado y lo inefable, sobre lo indescifrable y lo numérico. Borges quiso ser el autor de la maraña aún más visual de la realidad incierta, y lo recordaremos como el escéptico virtuoso y mortal que sucumbió al destello de las complejidades de la belleza, digno de toda fragilidad, aunque su falsa modestia siempre pidió que lo desterráramos de la memoria después de que las dos fechas abstractas de su lápida en Ginebra lo estrenaran en la muerte.
 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar