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Cables cruzados con Darío Jaramillo Agudelo

Esteban Carlos Mejía
10 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.

¿Les ha ocurrido que deben decir algo, lo dicen y después se pasan una semana sintiendo que no dijeron todo lo que querían decir?

La revista Arcadia me propuso hacer en 15 días un artículo de 8.000 caracteres sobre las novelas de Medellín. “Muchas; poquito tiempo”, dije. “Mejor escojo novelas de los últimos 40 años, con Medallo al fondo, que me hayan impactado, influenciado o inspirado”. Trato hecho. El artículo apareció en la edición impresa # 131 (http://bit.ly/2cLToFr)

Allí hablo de diez libros con los que aprendí a reconocer lo mejor y lo peor de un territorio fantasmagórico. ¿Cuáles? Aire de tango, de Manuel Mejía Vallejo, Premio Vivencias 1973. Tuyo es mi corazón (1984), de Juan José Hoyos. El quinteto El río del tiempo (Los días azules, 1985. El fuego secreto, 1987. Los caminos de Roma, 1988. Años de indulgencia, 1989. Entre fantasmas, 1993), de Fernando Vallejo. Angosta (2003), de Héctor Abad Faciolince. El cine era mejor que la vida (1997 – 2013), de Juan Diego Mejía. Lo que nunca se sabrá (2011), de María Cristina Restrepo. Y también incluí mi Trilogía de espaldas a Medellín, dos novelas publicadas y otra en la sastrería, gratitud a quienes, apacibles o iracundos, han escrito ficciones en una ciudad alérgica a la ficción.

Mandé el artículo y ahí mismo saltó una vocecita: “te faltó una, pirobo”. Al otro día cantaba en la ducha, dame el humo de tu boca anda que así te vuelves loca, cuando ¡zis zas!, juemíchica: Cartas cruzadas. Puse un email a Christopher Tibble, editor de Arcadia, excusando el acto fallido y pedí permiso para añadir un párrafo. Aquí está:

“Desde los miradores de la carretera de Las Palmas, en ciertas noches, Medellín parece una muchacha dormida. Parece, porque el azar de su realidad es menos plácido. Cartas cruzadas, 1995, de Darío Jaramillo Agudelo, vaticina la degradación de una parroquia pacífica, inicua pero tranquila, hasta su transformación en un matadero en bombas de fuego: de villorrio matriarcal a feudo del patrón del mal, Pablo Escobar Gaviria, rey sin corona. Ya es un tópico señalar que el narcotráfico permeó a Medellín. La literatura, a su leal saber y entender, ha intentado exorcizar ese horror. Cartas cruzadas, como el título lo indica, es una fábula epistolar. De octubre de 1971 a noviembre de 1983 registra las palabras que se entrecruzan los protagonistas (Luis, Raquel y Esteban) entre Medellín, Bogotá, Miami y Nueva York. Con la precisión y el desparpajo de un gran poeta, Darío nos traza, no sin malestar y angustia, la degradación en las costumbres, la ruptura de lo establecido, el desprecio por lo antiguo, la euforia y la decadencia de la mafia, la pérdida de la vergüenza. Yo leí esa novela con un nudo en la garganta y los ojos nublados de lágrimas. ¡Qué pesar por Medellín! Pero también ¡qué admiración por la buena literatura! Cartas cruzadas me ratificó la trascendencia de la verosimilitud en toda escritura, me previno contra la falacia de los textos mercenarios y me empujó a escribir para vivir y a vivir para escribir”.

En el cogeculo de la edición, el párrafo no se pudo incluir y el artículo salió sin él. Para remediar semejante omisión, cuento la vaina. Porque Cartas cruzadas tiene “duende”, según dice Juan Diego Mejía de las novelas con arte, meras golosinas literarias. ¡Y qué duende!

 

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