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¿Caerán los Estados Unidos en su Trump?

Eduardo Barajas Sandoval
26 de enero de 2016 - 02:34 a. m.

En lugar de fortalecerlo, Donald Trump puede ser una amenaza para la supervivencia del “sueño americano”.

Después de las especulaciones y el espectáculo de los primeros debates, y cuando están a punto de comenzar a contarse los votos de las Primarias en la carrera por la Casa Blanca, hay quienes dicen que Donald Trump parece inatajable. En una carrera atípica, marcada por las extravagancias y las emociones, solamente de aquí en adelante se sabrá qué piensan todos esos norteamericanos que hasta ahora han guardado silencio ante la tragicomedia que protagonizan unos políticos llevados a sobre actuar para obtener una figuración decorosa en las encuestas, que gracias a las mediciones que todo lo invaden y lo vuelven estadísticas, se han vuelto el indicador más apetecible en los concursos políticos.

El debate por la presidencia de los Estados Unidos, que sirve de modelo para las campañas electorales en países occidentales, incluidas democracias tropicales como la nuestra, cambió de perfil y de contenido con la presencia del multimillonario súbitamente convertido en político. Él trajo a la vida política, en forma desfachatada, consideraciones propias de la vida cotidiana de los grandes negocios que antes llegaban al público cuidadosamente filtradas para que tuvieran credibilidad y se convirtieran en parte de los valores ciudadanos. Pero aún más allá de las consideraciones propias de los intereses de los grandes negocios y de la manera como buscan organizar las cosas en su propio beneficio, desató emociones entre la gente que participa en los procesos de selección de candidatos desde el principio. Ahora espera hacerlo en las grandes proporciones de la ciudadanía en general. Algo que los políticos ordinarios, estereotipados, reiterativos, aburridos, engreídos o somnolientos, son por lo general incapaces de conseguir.

Trump, ya se ha dicho, vocifera todo un repertorio de preocupaciones, y también de ilusiones, que millones de ciudadanos inocentes, aislados o ignorantes, sienten pero no son capaces de expresar. Se manifiesta sin límite ni orden, como un profeta del destape de todo aquello que una u otra persona alguna vez pensó, para desahogarse, pero no tuvo ocasión de gritar. De ahí el éxito de su discurso y su fuerza difícil de contrarrestar. Lector avanzado de las preocupaciones de los estadounidenses del montón, da a entender que, de llegar al poder, será el único capaz de cerrar las fronteras para que no se cuelen más latinos a cambiar la composición y la cultura del país, poner en su puesto al fanfarrón del Putin, hacer que la Unión Europea se vuelva a alinear con los Estados Unidos, dejar atrás a la China como potencia económica, disciplinar otra vez los seguidores de la política estadounidense como en tiempos de la Guerra Fría, acabar con el “Estado Islámico”, obligar a los musulmanes a quedarse en su casa y ver el mundo de otra manera, y callar de una vez por todas a Kim Jong Un.

Muchos tienen la impresión de que Trump sería el salvador d el “sueño americano” y creen que solamente con él otra vez cada generación vivirá mejor que la anterior. Su mensaje, del populismo más elemental, aumenta el apoyo a su causa y le puede convertir en candidato republicano. De ahí en adelante todo sería destapar, sin fronteras de partido, esos sentimientos que dice identificar y que pueden anidar, escondidos en algunos casos y a flor de piel en otros, para que la gente lo lleve a la presidencia. Por ahora, todo lo que ha conseguido es un efecto de polarización. En un país que aparentemente tenía claridad sobre asuntos respecto de los cuales no hay discusión, ha logrado que se vuelvan a cuestionar principios como el de esa América acogedora que vino a configurar un país de inmigrantes, y ha conseguido por contradicción, sacar otra vez a flote preocupaciones como la de la supremacía de Wall Street. Dentro de la campaña republicana terminó por condicionar a sus competidores a ser más duros que él. De ahí que Ted Cruz se ubique segundo en la contienda del partido a punta de tratar de ser más radical. Y en el campo demócrata, fruto del mismo clima, Bernie Sanders no ha vacilado en lanzarse con propuestas que le acercarían a los socialistas democráticos de Europa, aceptables de pronto en los campus de ciertas universidades pero difíciles de hacer viables en el gran electorado tradicional.

El problema que se pone en evidencia con la irrupción de Trump es el de la viabilidad del “sueño americano”, proclamado en torno a la igualdad de oportunidades en busca de la felicidad, que no discrimina a nadie por razón de su origen, y que parecería estar ya en crisis en la medida que el país ha cambiado en su composición. Dicho sueño, fundado en el optimismo y el emprendimiento, no puede estar representado por los profetas del desastre. Caer en las redes de su llamado y tratar de huir en estampida hacia la configuración de una sociedad que discrimina y ofende las libertades, podría traer consecuencias gravísimas no solo para los Estados Unidos sino para todo el mundo, comenzando por la manera en la que afectaría los procesos de las relaciones humanas entre las diferentes versiones de las Américas. El veredicto sobre la forma de actuar frente a los nuevos tiempos, con una sociedad que ha cambiado en su composición y en sus ilusiones, lo darán los ciudadanos estadounidenses a través del largo y complejo proceso que se inicia en una semana. Solo entonces se sabrá si están dispuestos a caer en la trampa del canto de sirena que los llama a un radicalismo que les puede hacer mucho daño, y al mundo también.
 

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