Publicidad

Canción animal

Isabella Portilla
03 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.

A la luz del día parecían muertos y en su estática retaban sin alarde ninguno a la gravedad.

Permanecían encerrados en sus conchas, abstraídos, sigilosos y guardianes de su energía, como si estuvieran elaborando un plan de cada una de las rutas a transitar cuando llegara el turno de la noche.

A la caída del sol se desenrollaban lentamente, desprendiendo del tórax el cuello, y del cuello, la cabeza: se abrían, y sobre sus conchas alardeaban colores de un caprichoso violeta y un tornasol esmaltado que bajo la luz de la luna se divisaba sobre sus lomos como un diamante. Peregrinaban asidos a la arcilla, se movían lentos, en apariencia vulnerables, pero siempre en busca de otro; y no era complicado porque estaban hechos para ser macho y hembra a la vez. Todos con uno, uno con todos. Bailaban en una orgía cósmica, cadentes y entrelazados por el cuello, arrebatados en una danza impúdica de tuberías. Entonces se lanzaban dardos calcáreos, flechas destinadas a producir el goce; la cópula grávida que emanaba tenues contracciones. El deseo de otra latencia sumergida en sus espirales los conectaba en una misma pulsión.

Tras permanecer unidos en un coito eterno, baboseándose infinitamente, después de diez horas de placer real, volvían a separarse los metamorfas con la parsimoniosa complicidad que los había juntado, mientras el dardo engrandecido emergía de sus cuerpos en un tamaño que para el ojo humano resultaba sorprendente.

@isobellack

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar