Caspa, malcriado y clasista

Mauricio Rubio
15 de diciembre de 2016 - 02:00 a. m.

En el foro de una columna encontré una buena teoría sobre el asesino rico de la niña pobre: la impunidad precoz.

Según Blackcreek, “cuando sujetos de familias adineradas como Rafael Uribe Noguera hacen "cagaditas", todo mundo se las celebra. Luego, cometen las "cagadas" y nadie dice nada, ni lo recriminan. Es por eso que al final terminan cometiendo el gran "cagadón" y ahí sí todo el mundo se sorprende, se aterra, pero ya no hay nada que hacer". Una psicóloga bogotana desmenuza el planteamiento. Graduada en 1991, enumera comportamientos problemáticos tempranos: “niños que maltratan animales, que agreden y violentan a sus pares, que tienen problemas para identificar y respetar normas, que utilizan el embuste y la trampa cotidianamente, manipuladores”. Al pretender intervenir, se atraviesa la familia: "esto lo aprende es en el colegio, aquí se la tienen montada, usted es muy dura en sus apreciaciones”. Hablar de trastornos de personalidad o de conducta es rotular, etiquetar, y provoca amenazas como sacar al niño del colegio. Ni hablar de psicoterapia o evaluación psiquiátrica: "¿Acaso está loco? La loca es usted".

La carrera criminal de Pablo Escobar, revela su hijo, “empezó el día que descubrió la manera de falsificar los diplomas de bachiller". Un fraude similar al de Uribe Noguera en la universidad, encubierto por su progenitor. Ambos han debido ser sancionados pero siguieron tranquilos su espiral de impunidad y daño creciente.

Hay idealistas que aún niegan que con los crímenes ya cometidos sólo sirve aplicar la ley y el procedimiento penales. Para prevenir, invocan teorías universales que no bastan. Hace falta trabajo de campo riguroso: conocer la incidencia de distintas faltas, cómo difieren por nivel social, localidad, entorno criminal, institucional y familiar. Un resultado recurrente de las encuestas en distintos lugares es el de los “senderos” hacia la delincuencia: infracciones impunes que se repiten y se van agravando. La peculiaridad colombiana no es tanto una mayor cosecha de pequeños transgresores sino la falta de correctivos tempranos para impedir que se vuelvan delincuentes, o asesinos. Los testimonios sobre Uribe Noguera señalan esa insuficiencia, también evidente en las biografías de Escobar.

Otra psicóloga infantil cuenta cómo reaccionó un paciente de siete años cuando la oyó pedirle excusas a la señora del aseo por un café que regó: “¿por qué te disculpas con la sirvienta? No es necesario, ellas no piensan… Mis papás me dicen que las empleadas son como animales". Estupefacta, habló con la mamá sobre ese discurso tan nocivo. La respuesta fue tajante: llevar un hijo a terapia es botar la plata. Como si se conocieran, para el papá de Uribe Noguera “los pobres son como animales, sin ningún derecho”. Eso opina una exalumna suya de arquitectura, que no olvida sus comentarios “clasistas, denigrantes y despreciativos...  decía que la gente de estrato 3 para abajo no necesita diseño”.

El ataque del “destacado arquitecto” contra la niña indígena recuerda que la discriminación más salvaje en Colombia, la que deshumaniza, es el clasismo. Además de indignante es fuente inagotable de impunidad. Fue el estatus privilegiado del victimario lo que causó escándalo -con tratamiento mediático benigno, pacto de silencio sobre su vida y “club de fans” en redes- y explica que él haya usado para sus caprichos a una menor de estrato bajo que trató de comprar por centavos; con las de su entorno era un encanto, “se derretía hablando de sus sobrinas”. La hermana que al parecer lavó el cadáver y le untó aceite muestra lo que cualquiera sabe desde kinder: clase social y linaje aplastan diferencias de género.

Yerran las guardianas de la doctrina, obsesas como curas que instrumentalizan cualquier muerte y desdeñan la evidencia para reiterar su perorata. Aunque el ataque causó inusitada indignación, una niña violada y asesinada es “pan de cada día”. Casi linchan al atacante, pero persiste la cultura que lo tolera y legitima. Mientras se exige sancionar nimiedades, el encarcelamiento de un presunto asesino violador que tal vez reincida no sirve, toca cambiar el sistema y las mentalidades. Menos mal Rafico ya “le tenía prohibido a los trabajadores de su obra echarles piropos vulgares a las mujeres”.

La violencia de género y el machismo no fueron decisivos esta vez. A esa criatura la mató un desaforado que anunciaba a los cuatro vientos que cometería un crimen. Nadie lo detuvo y casi logra volver a salirse con la suya. Esa muerte, que hubiera podido ser la de un niño, era evitable sin revolcar la sociedad. Mucho antes de la Fiscalía, bastaba corregir a tiempo conductas antisociales de un muchachito caspa, mimado y sin principios; nadie le estimuló esa virtud arcaica que él mismo entendió que no tenía: “me la vuela mi falta de autocontrol”. Encerrarlo no transformará el mundo, pero sí salvará algunas vidas.


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