Colombia y Trump, una amarga apuesta

Mauricio Jaramillo Jassir
19 de enero de 2017 - 09:49 p. m.

Incertidumbre es la palabra más empleada para referirse a la política exterior de Donald Trump, especialmente en temas que durante su campaña no tuvieron visibilidad.

Tal es el caso de Colombia, que en un momento crítico de su historia depende de Estados Unidos, sobre todo para recursos vinculados al posconflicto.

Desde la época de Andrés Pastrana se estrechó un lazo con Washington que ha tenido características de alianza y que le ha generado a Colombia problemas con sus vecinos. La ejecución del Plan Colombia fue duramente reprobada en la zona andina, donde se leía como una injerencia de EE. UU. que exacerbaría el conflicto con efectos nocivos sobre el círculo de Colombia. Hasta gobiernos neoliberales, como ocurrió con Alberto Fujimori, mostraron franca hostilidad hacia esa iniciativa. El gobierno de Álvaro Uribe optó por el aislamiento internacional, a punta de desconocer convenciones mínimas para la vinculación con la región. El gobierno actual ha sido más respetuoso por el vecindario y ha hecho de la política exterior una de sus grandes apuestas, con activos y bemoles.

Esa relación ha sobrevivido al cambio drástico en la política hacia el conflicto y la exterior entre los gobiernos de Uribe y Santos. De allí la premisa con la que seguirá insistiendo el gobierno colombiano para retener la atención y el apoyo de los EE. UU.: existe un consenso bipartidista para apoyar a Colombia. A esto se suma otro argumento que tranquilizaría al país respecto de la ayuda de EE. UU. A pesar de ser un régimen presidencial, en política exterior el presidente no puede decidir siempre de manera unilateral y debe contar con el apoyo de actores claves dentro del Congreso (Comité de Relaciones Exteriores y Subcomité de Apropiaciones) y algunos afuera del mismo pero que tienen influencia, como la prestigiosa Washington Office on Latin America (WOLA). El gobierno Santos no ha querido que nada se le escape, y con el apoyo expreso de la administración Obama estableció el Consejo Asesor Empresarial Colombia-EE. UU., que cuenta con la participación de empresas interesadas en mantener el vínculo. Asimismo, los grupos que conforman el esquema de Diálogo de Alto Nivel han robustecido los lazos.

No obstante, al menos dos factores juegan en contra de Colombia. El primero de ellos es el aislacionismo del que seguramente hará prueba Donald Trump. El empresario ha enfatizado en la necesidad de apartar a EE. UU. de escenarios foráneos donde no esté comprometido su interés nacional. Con la desactivación de la guerra y la entrada a la legalidad de las Farc se pierde un importante estímulo para la inversión de ese país. A esto se añade la forma como ha mutado el narcotráfico como amenaza. Colombia dejó de ser el primer proveedor de droga a EE. UU. y fue reemplazado por México, quien deberá concentrar la atención del próximo gobierno.

Tampoco debe obviarse que, por más que Trump tenga un margen de maniobra con límites, llega al poder con promesas de campaña que sus votantes le exigirán concretar. Esto implicará una inyección de recursos en sectores dinamizadores de la economía, empezando por una nueva arquitectura para el sistema de seguridad social, la reactivación del empleo, la reducción de la presión de impuestos sobre algunos empresarios, y el espinoso asunto de la seguridad. No será fácil conseguir su consentimiento para apoyar a Colombia. Al país le queda por hacer una amarga apuesta por uno de los líderes más inestables en el último tiempo.

* Profesor U. del Rosario.

 

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