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Confusión

José Fernando Isaza
10 de febrero de 2016 - 08:40 p. m.

El ambiente estaba cargado de morbosidad.

El episodio del defensor del Pueblo enviando selfies de sus órganos genitales a exfuncionarias y funcionarias era la comidilla del día. No faltaban inquietudes del tenor: “¿Cómo sabían que las fotos eran del defensor, si no eran de cuerpo entero?”. Parece ser que en algunos casos sí se le veía la cara. Se recordaba un episodio del pasado en Cambridge. En el verano los profesores tomaban el sol desnudos en las orillas del río Can. En esa época, el acceso a las mujeres estaba totalmente prohibido, pero un día un grupo de jóvenes se aventuró y al acercarse a los nudistas estos instintivamente se cubrieron sus “partes pudendas”; el decano se tapó la cara y dijo: “en Cambridge yo soy conocido por mi cabeza”.

La semana siguiente a la denuncia de los selfies pornográficos, y de mal gusto, otro escándalo conmocionó. Una mujer, olvidando las normas de educación, de convivencia, de cultura ciudadana, se acuclilló en un bus de Transmilenio y orinó. El acto es totalmente reprochable, pero la reacción de la Policía, estimulada por algunos comunicadores, fue exagerada. Se hablaba casi de conformar un “bloque de búsqueda” para encontrar y judicializar a la delincuente; la prioridad de la Policía en reducir los atracos a los apartamentos, impedir el robo de celulares, las agresiones y asesinatos pasó a un segundo plano. El objetivo era castigar ejemplarmente a la infractora. Desde la búsqueda de Osama bin Laden no se veía una motivación igual para hacer justicia. Hubo algunas reflexiones sensatas. ¿Por qué no hay baños en las estaciones de Transmilenio? O la frase de un hombre mayor, con seguridad con problemas prostáticos, que dijo: “nadie puede saber las ganas de orinar que puede tener otra persona”.

En este ambiente, una universidad anuncia la conferencia “Matrices degeneradas”. La charla estaba a cargo del profesor palmirano descendiente de japoneses Yokoito; su padre era el agricultor Honorio Rico. Se creía que la disertación se trataría sobre mujeres pervertidas que acosaban a sus congéneres y a hombres despistados. Se informaba que había ayudas audiovisuales. Era de esperarse que los selfies y los sextings de zonas cercanas al título de las charlas serían profusos y de alta definición. El aula máxima estaba atiborrada; se habilitaron salones con sistemas de videoconferencia. Los profesores de matemáticas no salían de su asombro. A los pocos minutos de iniciada la sesión, los auditorios fueron quedando vacíos. El tema no era sobre el comportamiento morboso, sino sobre un tópico de álgebra elemental. Los arreglos de objetos en filas y columnas se llaman matrices; si los objetos son números y el número de filas es igual al de columnas, se les puede asignar un valor, el determinante. Si diferente de cero, la matriz es invertible; si el determinante es cero, no es invertible y la matriz se llama “matriz degenerada”. La conferencia se redujo a explicar que en esos casos la función lineal asociada no tenía inverso.

Con celeridad se buscó otro nombre a la próxima conferencia: “Sobre el problema de los tres cuerpos”, que trata sobre la imposibilidad de encontrar las ecuaciones explícitas de las órbitas de tres cuerpos celestes que actúan bajo la fuerza de la gravedad. Algunos podían pensar que se trataría del número mínimo de personas para hacer una orgía, o de las dificultades que enfrentan los tríos, no solo los musicales.

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