Construir una democracia sin armas

Elisabeth Ungar Bleier
02 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

A raíz de los escándalos de corrupción que se han conocido en los últimos meses, funcionarios, analistas, expertos y medios de comunicación han coincidido en afirmar que la raíz de la corrupción está en la política.

Es decir, en la forma de acceder al poder y de ejercerlo.  Esta se convierte en lo que algunos han llamado una espiral, o quizá mejor en un ciclón que comienza en el Ejecutivo, pasa por el Congreso, llega a las Asambleas, las Gobernaciones, las Alcaldías y los Concejos municipales, para volver luego al centro, arrasando a su paso con los recursos públicos, que llegan a los bolsillos de unos pocos.  Con ello, se genera pobreza, se profundiza la desigualdad y se debilita la legitimidad del Estado,  de sus instituciones y sus gobernantes.   

Como lo señala la periodista Stella Rawson, de Thomson Reuters Foundation, la corrupción tiene un fuerte impacto político porque genera inestabilidad e incrementa los riesgos de violencia. Su artículo se basa en los hallazgos de un estudio del Instituto para la Economía y la Paz (IEP, por sus siglas en inglés) el cual contiene fuertes evidencias estadísticas sobre cómo altos y crecientes niveles de corrupción pueden afectar la seguridad y estabilidad de los países. “Esto es de gran importancia para los gobiernos, porque si a través de esfuerzos incrementales se logra disminuir y controlar la corrupción, se pueden combatir sus consecuencias” (http://wef.ch/2jbeQ9g). Y al contrario, si ésta continúa aumentando y las autoridades se muestran incapaces de atacarla, los riesgos políticos se vuelven mayores.

Los acuerdos de paz de La Habana son una oportunidad para enfrentar los factores generadores de violencia en el país y para generar las condiciones que permitan construir una sociedad más incluyente política, social y económicamente. Esto pasa por el desarme y la desmovilización por parte de las Farc, proceso que ya está en marcha. Esto es muy importante y necesario, pero insuficiente.

La violencia en Colombia no solamente se ha ejercido a través de las armas, sino de unos diseños institucionales y de unas prácticas políticas, electorales y económicas que son un caldo de cultivo para reproducirla. Mientras estas persistan, va a ser muy difícil combatir la corrupción. Y sobre todo, va a ser imposible lograr una verdadera integración territorial, condición esencial para alcanzar la paz. Es precisamente en los llamados territorios donde la corrupción y la violencia son más visibles y donde tienen un mayor impacto, no porque éstos sean inherentemente más corruptos, sino porque en ellos confluyen condiciones que las propician y donde hay más sectores vulnerables.

Esto debe ir de la mano de un sistema político y electoral que les garantice a todas y todos los ciudadanos el derecho a la participación social y política en democracia, con transparencia, inclusión y equidad. Esto pasa por el voto, pero no se agota en éste.

Significa potenciar los liderazgos colectivos para construir una democracia sin armas.

Nota. La triangulación en la financiación de campañas, ¿una nueva modalidad de corrupción política?

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