Convertir el muro en peldaño

El temor a las retaliaciones de los EE.UU. no debe condenar al gobierno mexicano a la inacción.

Después de su elección, el presidente Trump se ha dedicado a crear tensiones diplomáticas que le auguran a los EE.UU. más problemas que ventajas. Su posición frente a las relaciones comerciales con China, su regocijo con el Brexit y su insistencia en la construcción de un muro en la frontera mexicana están generando una oposición doméstica y global homogénea, que aunada a su guerra contra la CIA y los medios de comunicación, puede convertirse en un arma para enfrentarlo. No hay que olvidarlo: Washington siempre empieza perdiendo sus guerras en casa.

La asimetría económica y militar entre Mexico y los EE.UU. es evidente. La dependencia mexicana en materia comercial también. Pero ambas pueden limitarse con una coalición informal capaz de respaldar al primero y ponerle trabas al segundo. El presidente Peña Nieto reaccionó tarde y mal al aceptar que el debate giraba en torno a la financiación del muro fronterizo y no a su existencia misma, pero es hora de que active las alianzas de su país y de que llene los espacios que los EE.UU. están abandonando. Sin fanfarronear, pero sin dar pasos atrás.

La semana pasada Sean Spicer, secretario de prensa de la Casa Blanca, dijo que el presidente Trump podría respaldar una iniciativa republicana para gravar las importaciones mexicanas de un 20% y obtener los $20 millardos que costará el muro. Esa medida afectará a los Mexicanos, pero también tendrá un impacto nefasto sobre los productores y los consumidores estadounidenses porque creará un aumento de los precios de las importaciones. Si la medida se aprueba, los mexicanos deberán canalizar el descontento que provocará la subida de los precios en los EE.UU., y al mismo tiempo, persuadir a otras naciones del Atlántico y del Pacífico para que graven con medidas semejantes a las importaciones estadounidenses. El temor a las retaliaciones no debe condenar al gobierno mexicano a la inacción.

Para crear puestos de trabajo en ciertos sectores, Trump deberá eliminar puestos en otros. Esa contradicción no podrá ocultarse por mucho tiempo entre el electorado estadounidense y el gobierno mexicano tiene que aprovecharla. Trump señaló que la balanza comercial con México es negativa para demostrar que los acuerdos comerciales entre los dos países no favorecen a los EE.UU., pero según un estudio publicado por el Peterson Institute for international economics en el 2014, el Tratado de libre comercio de América del Norte (NAFTA) creó 1.9 millones de trabajos en territorio estadounidense, que dependen de las importaciones mexicanas. Interrumpir ese flujo significa, automáticamente, aumentar el desempleo estadounidense.

El anuncio de la deportación masiva de indocumentados y criminales va a crear un problema serio y a aumentar los índices de criminalidad mexicanos. Pero esas deportaciones crearán un problema de proporciones inmanejables tanto en México como en los EE.UU., como sucedió cuando Washington deportó a los miembros de la Mara Salvatrucha al Salvador, a finales de los años noventa. En ese entonces, los mareros regresaron a América Central, aumentaron su número reclutando a nuevos integrantes, y volvieron a cruzar la frontera para dirigirse a los Angeles. Dado que la demanda de drogas sigue estando concentrada en los EE.UU., los traficantes deportados volverán a cruzar la frontera haciendo caso omiso de un muro que, de ser construido, será completamente ineficaz para controlar el acceso y la salida ilegales de los EE.UU.

Lo que he mencionado aquí no constituye sino una ínfima parte de todo lo que habrá que repensar y reformular en las relaciones mexicano-estadounidenses. Las estrategias a adoptar en los próximos cuatro años —o en los próximos ocho, porque Trump puede ser reelegido—, deben replantear las relaciones de México con el resto del mundo. Hay, como diría Rilke, que convertir el muro en un peldaño.