Publicidad

¿De quién son sus cenizas?

Mario Fernando Prado
28 de octubre de 2016 - 02:54 a. m.

Parece que la Iglesia Católica está empeñada en alejar a su feligresía. Y lo que el papa Francisco estaba escribiendo con la mano, desafortunadamente sus mandos medios lo están borrando con el codo.

¿Qué tal la orden de prohibir a los católicos esparcir las cenizas de sus muertos en sitios distintos a los lugares sagrados —léase cementerios y cenizarios— e instruir a los curas de abstenerse de celebrar misas de difuntos si estos van a ser cremados y sus cenizas no van a ir a parar en estos lugares, con el pago —lógico— de unas sumas de dinero que van a engrosar aún más sus repletas arcas?

Ni más faltaba pues que la otrora Santa Madre Iglesia resultara dueña de las cenizas de sus feligreses y sus allegados no pudieran esparcirlas en el mar o en los ríos o en las cañadas o en los campos o hasta guardarlas en sus propias viviendas o donde les venga en gana.

Actitudes decimonónicas como estas van en contravía del sentir de millones de católicos quienes, cansados de las exhumaciones tradicionales y de las sacadas de los restos —rito macabro que ha ido desapareciendo— optaron por los hornos crematorios en los que, previa a la introducción del cuerpo para su achicharramiento, lo despojan del vestido nuevo y la corbata o la falda y la blusa con que lo engalanan para el último adiós, que terminan luciendo los horneadores y sus familias, previa extracción además de las calzas de oro, los implantes, las cajas y los puentes que venden en un mercado negro francamente vergonzoso.

Así pues que si usted se va a morir y quiere, por ejemplo, que su última misa sea en la capilla vecina y su cuerpecito va a ser cremado, pues debe entregar sus cenizas para que sean depositadas en unos lugares tétricos y oscuros.

Y si no, pues que le canten la misa clandestinamente para que sus allegados puedan depositar sus cenizas donde siempre el difunto quiso porque, insisto, el cuerpo es suyo —así el alma sea de Dios— y sus cenizas obvio que también.

Pero ya veremos el baculerio exultante desde los púlpitos, amenazando con excomuniones a millones de católicos si no obedecen tales órdenes sacrosantas como también veremos el desfile de los excatólicos atiborrando las iglesias cristianas, que están más en sintonía con sus fieles que una iglesia cavernaria que cree que todavía puede mandar e imponer que les dejemos nuestras cenizas, previo pago —repito— de un dinero, llamado y con razón, el estiércol del diablo.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar