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Desplome de la producción y el empleo

Eduardo Sarmiento
04 de septiembre de 2016 - 02:44 a. m.

Tal como se anticipó en esta columna, la economía entró en un estado acelerado de deterioro. En el segundo trimestre el producto nacional creció 2 % y en julio el desempleo regresó a los niveles del 10 % de hace cuatro años. El proceso se atribuye en los círculos oficiales al fenómeno de El Niño y al paro camionero, que son episodios temporales y de orden menor.

La información sectorial del segundo trimestre revela un debilitamiento a todos los niveles. Los anuncios de la recuperación de la industria no tienen signos de permanencia. La mayor parte del crecimiento del sector se explica por la entrada de Reficar, que tiene un efecto por una sola vez. La minería y la agricultura, que en el plan de desarrollo se resaltaron como los sectores prioritarios, revelan índices negativos. La construcción, en particular la de obras civiles, que se presentó como el sustituto a la minería, no arranca. Al igual que sucedió en el pasado, los cuantiosos recursos destinados a la infraestructura vial no se manifiestan en realizaciones físicas. Los cuatro sectores en conjunto descendieron con respecto al año anterior.

La manifestación más alarmante es la de la ocupación. La tendencia declinante al desempleo se invirtió hace un año. El empleo pasó a crecer por debajo de la población y en julio se desquicio. En este mes se perdieron 100.000 puestos de trabajo con respecto al año anterior.

A este estado se llegó sin anticipación y prevención. En general, todas las instituciones oficiales, los centros de estudio afines y los organismos internacionales se equivocaron en forma sistemática en la predicción del crecimiento económico. Lo grave es que las discrepancias entre los propósitos y la realidad no se responden identificando las causas y adoptando correctivos, sino cambiando las predicciones y subiendo la tasa de interés de referencia. Así, el Gobierno y el Banco de la República presentaron al principio del año una predicción de crecimiento de 3,3 %, y a mitad del año la cifra real va en 2,2 %, y al final no se evitará que se ubique por debajo del 2 %.

El resultado descrito fue el de una devaluación masiva dentro de un marco de austeridad monetaria. El expediente no afectó el déficit en cuenta corriente, ocasionó el disparo de la inflación y llevó al Banco de la República a subir la tasa de interés. El balance macroeconómico se quebró. Se configuro un desbalance entre el ahorro y la inversión que tiende a reforzarse; el déficit en cuenta corriente supera la suma del déficit fiscal y la ampliación del crédito al sector privado. El desajuste precipitó una caída libre del producto nacional que no se corrige por el mercado.

Claro que había otra alternativa. Hace dos años propuse un manejo de devaluación gradual dentro de una amplitud monetaria. Si el tipo de cambio se hubiera intervenido dentro en el contexto de una política industrial y agrícola que les concediera un tratamiento diferente a las exportaciones y a las importaciones, y se hubiera bajado la tasa de interés, el desajuste cambiario se habría corregido sin deprimir el crédito y contraer la producción.

En el fondo, se trata del colapso del modelo de inflación objetivo regulada por las tasas de interés y la modalidad de cambio flexible. El desenlace es negado por los bancos centrales y los organismos multilaterales de crédito que, en contra de la evidencia diaria, lo interpretan como un dogma irrefutable.

El dictamen de la realidad está a la vista. El mantenimiento del sistema existente lleva a un deterioro creciente de la economía. La solución es apartarse del modelo del tipo de cambio flexible y tasa de interés dictada por la inflación. En términos simples, se plantea intervenir el mercado cambiario y reducir en forma drástica las tasas de interés.

 

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