Después del desangre

Juan David Ochoa
17 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.

Con los avances sin reversa y los nudos naturales del proceso que tienden a desentrabarse por la asesoría de la subcomisión jurídica adoptada justamente para eso, los iracundos conocidos del carriel político de balas solo tienen una posibilidad en los nuevos tiempos del país: adaptarse a los términos de un posconflicto y aportar para que sea menos ambiguo, o extinguirse como partido y corriente ideológica en los viejos rastros del resentimiento.

Dice el runrún del uribato que el posconflicto será peor que todos los años antiguos, y que las ciudades se verán expuestas a un clima de pavor, y que toda la seguridad nacional se verá a gatas para contener la incursión civil de una tromba de facinerosos: tienen razón. El ciclo más crudo de las guerras no es justamente el ciclo del combate en territorios fraccionados, sino el ciclo invisible para el morbo de las cámaras y para el amarillismo de quienes arengan detrás de los dos bloques: la convivencia civil de los antiguos bandos, reunidos todos en las calles de la cotidianidad donde no existe el armamento enlistado y los rugidos de la tirria, y donde una sola masa debe moldear su psicología después de 60 años de barro, sangre y mierda, como describe Pérez Reverte la naturaleza de un conflicto.

Tienen toda la razón y todo el crédito del realismo, la recriminación social y el asentamiento del prejuicio se verán duplicados, y una posibilidad de rearme en nuevos subgrupos sin norma ni ley siempre está latente si no se hace el serio trabajo estatal después del espectáculo del pacto. Pero a su mismo realismo lo borran de un tirón en el mismo análisis, porque aunque el panorama sea oscuro y violento, no puede ser mejor el panorama anterior de la sevicia con los mismos métodos estúpidos de extinción, y no es nada lógico creer que después de medio siglo de bombas y genocidios entre bando y bando, puede venir un posconflicto paradisiaco y perfecto de hippies bailando entre tambores de New Age.

El lógico desarme de un posconflicto también está enmarcado en los términos de lo ideológico, y es en ese ciclo donde no cabrán los discursos tradicionales de la guerra, y el uribato no dejará de ser más que un fantasma gimiendo por sus ideales perdidos si continúa rugiendo sin sustento.

Deben reconocer, además, el punto más crucial de ese término amplio del conflicto superado que aspira a la resocialización: el enfoque de la economía a los sectores que siempre debieron enfocarse por decencia. Desde 1965, cuando empezaba esta borrasca, la guerra le ha desfalcado 290 billones de pesos a la inversión social, gastando 4,2 por ciento del producto interno bruto en los últimos 8 años, estimándose hipotéticamente al país con un 58 por ciento más en sus finanzas si el conflicto se hubiese superado en los años iniciales, omitiendo las obvias repartijas de las castas oficiales en su naturaleza corrupta, razón por la que el Estado debe también responder en un proceso entre bandidos.

 

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