Difamar

Fernando Araújo Vélez
14 de enero de 2017 - 04:14 a. m.

Son ellos, los mismos de siempre, aunque cambien de nombre, de vestido y de tocado. Son ellos, los que en una sala enchapada de maderas determinan quién vive y quién muere, cómo se vive y en dónde.

Son ellos, los mismos de siempre, los que difundieron la idea de que Giordano Bruno era brujo, para que nosotros nos centráramos en sus brujerías, y no en su teoría de que el Sol era un planeta más de los muchos que había. Son ellos los que desprestigiaron a Nietzsche y lo acusaron de ser la esencia del nazismo, de la misoginia, y lo condenaron por haber muerto en una clínica mental, porque él había escrito Dios ha muerto, porque él pedía que rompiéramos las tablas, porque él había denunciado a los falsos profetas. Son ellos, pagando académicos, periodistas y escritores, los que hundieron a Óscar Wilde por sus tendencias sexuales, pues Wilde era un obstáculo para su Bien y su Mal. Son ellos, los mismos de siempre, los que lapidaron a Marx y a Freud por sus orígenes o procedimientos, y los que reprodujeron la gran estrategia de proscribir a la persona para eliminar su credibilidad.

Somos nosotros, los tontos de siempre, quienes dejamos de leer a Neruda porque nos dijeron que Neruda era “mujeriego”. Somos nosotros, los tontos de siempre, quienes huimos de León Felipe porque un ensayista del sistema lo calificó de incendiario, y quienes volteamos la cara a los textos de Ciorán porque un periodista del mismo sistema escribió que a los 15 años había ido a un desfile fascista en Rumania. Somos nosotros los que creemos en académicos, ensayistas, periodistas y sabios, y quemamos libros y discos porque sus autores no eran de nuestra educación moral, o porque una o dos frases no coincidían con nuestros códigos. Somos nosotros, los eternos tontos, quienes permitimos que el detalle superfluo elimine la gran obra.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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