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Dos Colombias

Santiago Gamboa
19 de agosto de 2016 - 08:18 p. m.

El matoneo contra la ministra Gina Parody retrata una vez más y de cuerpo entero la cara oscura del país, la que pretende mantenernos en el Medioevo, en la guerra infinita, en la discriminación étnica y sexual, en el “usted no sabe quién soy yo”, el arribismo y el desprecio.

Es la Colombia del “le parto la cara, marica”, de Uribe, y la del “presidente, amárrese los pantalones”, de Ordóñez, es decir, los pataleos agónicos de un formato de país completamente obsoleto, derogado y arcaico, que aún se aferra al cuerpo como una purulenta enfermedad, pero que el cuerpo acabará por expulsar.

A Colombia le pasa como a la España de principios del siglo XX, que no era una sino dos: la España nacional vivía en aire de sotanas, camándulas y cilicios, añorando la pureza racial, los antiguos linajes unidos a la propiedad de la tierra, en el temor por la conspiración judeo comunista que justificó tiros en la nuca y fusilamientos al amanecer, y cuyo deseo era mantener estático un viejo orden. Del otro lado estaba la España republicana, más moderna, progresista y respetuosa de las diferencias, laica y solidaria, pero que en la guerra civil, donde a todos se les quemaron los fusibles, acabó también por disparar en la nuca y quemar iglesias con cura y sacristanes adentro. Eran las dos Españas. Por eso la propaganda franquista, después del triunfo, proclamó: “¡España es una!”. A lo que el poeta José Bergamín repuso: “Si España es una, ¿dónde está la otra?”. Ya lo había sentenciado desde mucho antes Antonio Machado con su verso: “Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”.

En España, el franquismo ganó la guerra civil y el país se convirtió en una sacristía durante cuarenta años, pero después, con la muerte de Franco, los vientos del progreso se impusieron y venció la otra, la España moderna que conocemos. Esto es muy comparable a lo que vivimos hoy en Colombia, aunque con cierto retraso (el de nuestra diferencia horaria histórica). Uribe, Ordóñez y los demás miembros del Centro Democrático se desgañitan porque Colombia se quede estática en una zona de penumbra en la que ellos tienen la sartén por el mango y cuyo paisaje mental evoca ideas o palabras que, en los países modernos, ya están en el cuarto de chécheres: confesionarios y patios de fusilamiento, justos y pecadores, terroristas y héroes, amos y sirvientes, blancos y negros, guerrilleros y paracos, y en donde el homosexual es visto como un pervertido y la palabra “marica” es un insulto, y donde el drogadicto sólo puede ser un vago y la joven que se embaraza sin casarse una puta, aunque quien la preñó sí es un verraco (como promulga el Partido Machista del Casanare, que es el mismo Centro Democrático sólo que en versión Planeta de los Simios). Esa es la Colombia obsoleta del CD versus la nueva Colombia del proceso de paz y la pedagogía sexual y el respeto por las libertades individuales. Dos Colombias, una frente a la otra, lanzándose miradas torvas. Es en el contexto de esta lucha en el que debemos ver la brutal embestida contra la ministra Parody, un asalto que, en el fondo, no es más que el pataleo de un ahorcado al que se le acaba el aire y está lejos, muy lejos del suelo que no volverá a alcanzar.

 

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