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Drama con actores

Rubén Mendoza
23 de junio de 2016 - 03:04 a. m.

En Colombia se prohibirá tomar fotos a cualquiera, con celular o cámara, si no tiene antes un título de fotógrafo.

Las zancadillas de miembros del mismo bando duelen más. Entorpecen más. Se viene impulsando con fuerza un proyecto de ley, llamada Ley del Actor, que para mí tiene poco que ver con ese oficio, en donde disfrazada de solidaridad y lucha por el gremio, se quiere establecer una censura: obligar a los creadores a usar un “banco”/fuente de actores elegidos por ellos mismos, de donde cualquier película colombiana con recursos públicos, debe hacer su selección. Sé que no todos los actores están tan mal preparados como para compartir esta visión miope y cuasi stalinista del cine, del arte de representar, o de actuar. Pero en vista de que despropósitos como este no solo nacen, sino llegan a desarrollarse (ya pasó un primer debate en el congreso), es mejor unirse a la fuerza de la sensatez que está demostrando que esta Ley es imposible, inviable, está tarada.

Al brillo de quienes hacen la propuesta se sumaron la inteligencia y cultura de nuestros congresistas: imagine usted ese coctel de gente que “ama” la cultura, que vive empapada, informada, de gran sensibilidad, transparencia y cordura. Pero resumamos: si se aprueba la ley con los artículos (micos, simios) en disputa, toda película está obligada a pasar por un comité que le diga si los actores que se escogieron para realizarla son avalados por este. No se puede de nuevo contar con los mal llamados actores naturales, y además establece límites para los actores extranjeros, frenando la racha de rodajes de otras partes que han dejado en el país, en solo un par de años de implementación, más de 86.000 millones de pesos circulando. Nadie vendría a invertir en un lugar donde le exigen qué actores colombianos contratar y donde, según cómo está escrito, deben renunciar a su elenco original: si una película gringa trae una estrella, con la que además seguramente logró su financiación, debe dejarla afuera del proyecto y poner a alguna de nuestras geniales reinas que se haya sacado un diplomita.

Hace poco Luis Ospina citaba a otro maestro del mal ejemplo, a Godard: “el cine no se hace para ganar plata, sino para gastarla”. Y esto tiene connotaciones verdaderamente positivas, para aclarar a los prejuiciosos. Cuando se hace una película, el rodaje va dejando por donde pasa una estela positiva en términos económicos, sociales, formativos, vivenciales. Además del organigrama natural del cine, cabezas de equipo y colaboradores, cocineros, restaurantes, transportadores, hoteleros, carpinteros, actores de la zona a donde llega una película, etc., se hacen parte inmediata de su estructura de trabajo, y por lo tanto económica.

Pero dejando el tema obvio de la plata quiero hablar de creación. Actuar es ser otro. Cuando uno tiene un micrófono o una cámara en frente, ya es actor: por un momento. Uno altera la manera en que viviría la realidad de ese momento para decir unas palabras, desempeñar un rol. Desde un político, hasta un damnificado por una tragedia. Por eso no hay eso de actores naturales, artificiales, o seminaturales o lo que quieran. Un actor puede ser cualquiera que un creador crea que le sirve para representar lo que tiene en sus propósitos y en su alma (me parece imposible estar escribiendo estas líneas, me parece ignominioso nuestro atraso, nuestro debate). Hay actores que estudiaron para actuar, otros que no, pero cuyo nivel para un personaje específico, ha sido entrenado por la vida misma o por un don, de una manera que solo el misterio del arte puede desentrañar. Muchos jamás tuvieron ni tendrán el “privilegio” de una escuela y menos de una palanca.

Obligar a usar una “cantera” exclusiva a un autor sería tan absurdo como decir por ley que todos los pintores deben pintar con acrílicos y que no pueden usar óleo: trabajar con actores no profesionales es una decisión estética, no económica. Imagino si le dijeran al fútbol profesional que solo puede contratar jugadores que hayan estudiado para futbolistas, y que las búsquedas de talento natural, quedarán abolidas. Películas como Rodrigo D., El abrazo de la serpiente, por nombrar solo dos, no habrían podido ser hechas bajo estas circunstancias. Las habrían obligado a disfrazar a los actores, como en sainete de primaria, de indígenas, de punketos, de vendedoras de rosas, de campesinos (si esa hubiera sido la decisión libre del autor, pues perfecto); pero no se pueden meter a la paleta de creación de los autores, mucho menos pretendiendo que los matrimonios obligados funcionan. No me imagino en la atmósfera mística y rigurosa de un rodaje, de cine, lo que implicaría que el socio principal de un autor, el actor, haya sido escogido a la fuerza por un comité que quedaría, prácticamente, codirigiendo las obras. Esas uniones entre actores profesionales y directores o películas debe surgir naturalmente, crecer naturalmente abonadas por el rigor, los ensayos, la fuerza y la naturaleza de un proyecto, así violente muchísimas condiciones “normales”. Yo mismo he logrado algunas de mis grandes complicidades cinematográficas con actores profesionales. Amplios, amantes de su oficio, que celebran la variedad de los no estudiados, que los ven como escuela, que andan creando, no compitiendo, no desbancando.

En mi caso, como en el de muchos cineastas, nuestro oficio y la manera de abordarlo sería imposible con las premisas de la Ley. Yo hice La sociedad del semáforo, Memorias del Calavero y Tierra en la lengua bajo el embrujo de personalidades que encontré en el camino, frente a la cámara, en los años de preparación de cada una; por caminos que pocas veces un actor profesional ha recorrido (y que con entrenamiento, claro, puede acometer, no digo que no, y hasta de mejor manera). Jairo Salcedo, actor no profesional, protagonista de Tierra en la lengua, no solo conocía perfectamente al personaje que inspiró la película, sino que sin saberlo, llevaba más de 60 años ensayando para lo que yo le pedía: un colono llanero en toda ley. Después de ver a más de 100 hombres, con actores incluidos, terminó siendo él el elegido; habiendo buscando en media Colombia, apareció semejante arbolote al lado de la finca donde filmaríamos en el Casanare, con la ventajas adicionales de conocerlo desde que yo era niño y de que le cabía el Llano entero en sus manos ajadas por el Llano mismo. Para quienes como yo la amistad, o el vínculo (porque a veces es una enemistad), forman parte fundamental del proceso creativo, de la búsqueda propia de “la verdad”, que no es sino la versión de uno sobre algo, estas condiciones implicarían la muerte laboral. Ya estábamos al margen, ahora quieren hacernos ilegales por decreto.

¿Estaría bien obligar a un actor, por ejemplo, a solo llegar a las lágrimas o a un resultado determinado con el uso exclusivo e impositivo de una técnica?: “solo se pueden contratar actores que ignoren a Stanislavsky, o que veneren el Teatro Pobre. De comprobarse que llegaron a las lágrimas por otro método, así sea mental y silencioso, serán expulsados de las producciones”. No se obliga a un artista a usar unas u otras herramientas expresivas, mecanismos internos (salvo que el espíritu de un proyecto necesite esa condición).

Sin contar que el proyecto de Ley, escrito con una ignorancia rampante y vergonzosa, olvida por completo las diferentes maneras de hacer cine (documental, animación, de largo y de cortometraje) y otras artes escénicas. Quien lo escribió parece solo tener hambre de pesos y ninguna consciencia de lo que está exponiendo: parece evidente que ni al gremio de actores consultó. Quítele usted los actores no profesionales a las películas colombianas premiadas de los últimos 15 años, y prácticamente no le queda ninguna. O será que deben mejorar el estudio de ese proyecto con tantos vacíos y escoger bien al enemigo: porque entiendo y respaldo a los actores que se indignan con la televisión que les revienta su talento contra montañas de silicona y de sonrisas falsas con las que se muchas veces se nutre. O con que una producción televisiva que ya rentó y es vendida en masa al extranjero no pueda representarles algo de bienestar a ellos, quienes ponen la cara. Si es con la televisión, cuyo principio es la rentabilidad, y donde se comenten muchas injusticias leoninas, entiendo.

Para quienes no saben. El cine es un arte de exploración. Colectiva casi siempre, en pequeños o grandes grupos. Unas pocas personas se han echado al hombro un proyecto y sus vidas por más de 5 años en muchos casos, antes de buscar siquiera al primero de los actores, para que vengan a usurpar con condiciones y privilegios burocráticos de una parte específica del medio. Una película es un tronco terrible y maravilloso que se echan unas personas al hombro, muchas veces sin fronteras ni horarios; fuerza descomunal concertada con los colaboradores. El cine, la casa de los sin casa, la plastilina de los grandes, la cédula de los tiempos, como quieran llamarlo, necesita de la libertad y del rigor que solo da el amor por un proyecto, en especial para las decisiones a las que lleva la propia inercia del río borrascoso que es hacer una película, que es perseguir una idea en grupo.

Los actores deben pelear con méritos propios, con entrenamiento, con rigor (como hay muchos haciéndolo), y no con leguleyadas ni pupitrazos. ¡Imponer trabajo creativo por pupitrazo!: patético. Recuerdo el llamado a casting de La sociedad… “Actores de la televisión colombiana, a metros… ”: era dicho con humor pero muchos se lo tomaron personal y literalmente, escribieron cartas, nos insultaron. Otros más astutos se rieron o acudieron a la prueba, y algunos eventualmente quedaron dentro de la película. Era una manera de llamar a los otros, a todos, una especie de El sueño de las escalinatas, como debe ser el cine, un grito para todos y para todas las formas de hechura.

Les recuerdo también a los actores que muchas de las grandes actuaciones de la historia del cine, eso para los que aman de verdad este arte, o el arte, o la creación más que sus egos y sus bolsillos, se deben a personas que no estudiaron actuación. Y que muchos de los grandes directores de la historia tampoco estudiaron dirección (Herzog, Buñuel, Hitchcock, Fellini, Kiarostami, obviamente todos los pioneros Griffith, Méliès, Einsestein, Chaplin, etc), por solo nombrar un puñadito. Muchos principiantes en cambio estudiamos Dirección de cine como carrera, lo que no es un argumento para que no puedan dirigir otros que no lo hayan hecho.

Su pelea en esos términos no es digna de llamarse por el arte, o por un gremio siquiera, pues atenta contra la cancha donde quieren jugar. Claro que hay que mejorar las condiciones de los trabajadores, en cualquier parte y en cualquier gremio. Eso hay que celebrarlo mientras no atente contra uno mismo. Quién por ejemplo en estos tiempos osaría a prohibir que cualquiera que tenga una cámara tome una foto sin antes tener un título. O que no la puede publicar, o llamarse a sí mismo fotógrafo si un papel no lo acredita: en el arte no es así, no puede ser así. Además ya hemos visto en el mundo real que a veces los papeles traen más mentiras y falsos títulos que garantías. El arte no es de dotores ni de doctorados, por fortuna, en esencia. El doctorado se hace mirando al mundo, sintiéndolo, ejerciendo, padeciendo, viendo lo de otros, leyendo lo de otros, poniéndose en la piel de los otros: ¿nuestros genios gobernantes y “representantes” lo van a prohibir? Eso sería una actuación desastroza.

 

RUBÉN MENDOZA
Orgulloso Representante de la cámara (de la cámara de cine).
 

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