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Dulce condena

Columnista invitado EE
30 de junio de 2016 - 12:20 a. m.

Más que una profesión, el periodismo es una sentencia. Recibir un diploma en periodismo y empezar a ejercerlo es algo así como notificarse de una inminente condena eterna. Uno empieza a ser periodista y después no puede de dejar de serlo porque, así lo intente, siempre aparece alguien que se encarga de recordarle quién es.

Por:Juan Esteban Mejía

De cualquier diálogo, así sea en una reunión familiar, aparece de repente la frase: “usted que es periodista, averigüe por lo que está pasando con…”, seguida de alguna queja que generalmente reviste interés público. Cuando no es así, ocurre que por cualquier otro medio fluye un dato suelto que suscita curiosidad y merece rastreo. Y de cuando en cuando, alguien se aparece con algún expediente que provoca devorárselo entero para salir a contar qué hay en él. No es fácil sortear aquella información sin sentir hambre de reportero. Y menos cuando uno empieza a notar que a diario ocurren un montón de cosas de las que no nos estamos dando cuenta.

Esto lo digo porque intenté alejarme del periodismo y no he podido. Toqué puertas en la academia, pensando que los libros me iban a escudar de las historias, pero ellas terminaron encontrándome siempre. Busqué hacer lobby ad honorem con otros reporteros para endosar las historias que se me aparecían de la nada y fracasé.

Entonces pedí en El Espectador que me prestaran un pequeño rincón para contar cosas que pasan en Antioquia y de las a veces me entero por mera coincidencia.

Será una nueva forma de hacer periodismo. Más o menos, como la describió Juanita León en una entrevista que le hicieron los periodistas Lorenzo Morales y Marta Ruíz en el libro Hechos para contar. Juanita, tan visionaria que es, pronosticó que los periodistas del futuro se parecerán a los artistas, que no necesariamente viven de lo que saben hacer. Alberto Salcedo Ramos citó hace poco un anónimo que concuerda: “Escribir para comer ni es escribir ni es comer”. Habrá que aprender entonces a ejercer otros oficios que permitan dedicar ratos libres al periodismo.

La idea resulta excitante. Hacer periodismo por hobby podría ser como practicar un deporte extremo, pero más peligroso: además de la muerte, se pueden atravesar la cárcel y el hambre. Nada que no esté dentro del cálculo de lo que es periodismo en sí: un caminar para siempre por una cuerda floja con la tormenta al costado. Pero quien empieza ese andar, asume que no podrá salirse de él. El periodismo bien saboreado termina convirtiéndose, a pesar de todo, en una sentencia agradable, en una dulce condena.

 

 

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