El arte de la resistencia

Javier Ortiz Cassiani
22 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

A veces, en este país sufrible, suceden cosas que devuelven la esperanza.

 A veces una humilde mujer negra empleada del servicio doméstico tiene el valor de quebrar la tradición de humillaciones que su gremio ha sufrido durante toda la vida. Nadie se lo sugirió, fue ella quien en medio del dolor y la rabia se atrevió a acudir al recurso de la acción de tutela en contra de una poderosa institución oficial.

La mujer se llama Carmen. Cuando la obligaron a salir del Club Naval Santa Cruz de Cartagena por ser una trabajadora doméstica, se puso a llorar por la indignación. En sus años trabajando con familias, sirviéndoles a otros, cuidando a los hijos de otras, cocinando la comida en cocinas que no son suyas, comida que tampoco es suya, jamás la habían tratado así. En la puerta del club social de los oficiales de la Armada, la humillación se le volvió lágrimas. Poco después, las lágrimas se volvieron resistencia.

Carmen tiene 50 años; siempre se ha desempeñado como empleada del servicio doméstico. Nació en Arjona, un pueblo del norte de Bolívar, cerca de Cartagena. Fabio y Geraldine, sus hijos, le han dicho lo orgullosos que están. De repente sienten que su mamá está cambiando el mundo. Y Carmen también sabe que lo está transformando. Celebra el fallo de tutela que obliga a la Armada Nacional a modificar el reglamento que impide que las empleadas del servicio doméstico ingresen al club en el mismo artículo que prohíben el ingreso de mascotas. Dice que está contenta: no sólo siente que se hace justicia por ella, sino por otras mujeres que no se atreven a hablar o que les da miedo denunciar.

De fondo, más allá de un reglamento inapropiado, hay una tradición de clase, esa misma que obliga a que las empleadas domésticas duerman en cuchitriles inmundos sin ventilación, suban a los edificios donde laboran por ascensores diferentes a los que usan propietarios, arrendatarios y visitantes, ingresen a las casas por puertas traseras y coman de pie en la cocina las sobras de sus patrones. Penosos vestigios de la esclavitud ahora ocultos detrás de una idea de trabajo remunerado. Nadie lo cuestiona. Así funciona. Así ha funcionado siempre.

El Tribunal Administrativo de Bolívar, como respuesta a la acción de tutela de Carmen, considera que la clase, el género, el origen étnico y el oficio son tenidos en cuenta en distintas formas de discriminación y exclusión que violan el principio de igualdad. El fallo ordena al comandante de la Armada Nacional retirar del reglamento de los centros de recreación de la institución la prohibición del ingreso de empleadas del servicio doméstico y le ordena al gerente del Club Naval Santa Cruz de Castillogrande pedir excusas públicas a Carmen por medio de una declaración en la primera página del periódico del domingo en Cartagena.

James C. Scott, en su maravilloso libro Los dominados y el arte de la resistencia, explica cómo la dignidad es una pieza clave en las estrategias de resistencia de los oprimidos. Carmen es una mujer común y corriente, pero con el carácter suficiente para no negociar, en medio de las precariedades materiales, lo único que tiene: su dignidad. La vida cotidiana de este país está lleno de clasismo, de exclusión, de marginación, de racismo, pero a veces de quien menos se espera levanta la voz para denunciar verdades, y con su grito muestra su capacidad para producir transformaciones y sumarse al arte de la resistencia.

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