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El arte y las causas nobles

Carlos Granés
14 de octubre de 2016 - 02:41 a. m.

Es un fenómeno global y en auge: el arte contemporáneo ha convertido las desgracias humanas en tema de sus obras.

La última Bienal de Venecia fue sintomática al respecto. Caminar por sus pabellones era como estar en la sala de redacción de un noticiero que reproducía las desgracias del planeta. Ahí estaban los refugiados, los explotados, los hambrientos, los contaminados, los excluidos. Y en medio de todo, Marx: la lectura constante de El Capital como señalamiento aleccionador de la causa de todos los males.

En un país como Colombia, sacudido por tantas desgracias y plagado de mártires, muchos artistas también han seguido estas líneas de trabajo. Y Doris Salcedo, con sus esculturas, instalaciones y grandes actos simbólicos en los que reivindica la memoria de los desaparecidos, se ha convertido en la vocera artística de las víctimas de la violencia. A su extensa obra ha añadido ahora Sumando Ausencias, la gran performance colectiva que en días pasados dejó cubierta la Plaza de Bolívar con centenares de nombres de víctimas de la guerra, y que de inmediato generó polémica.

Y es que cuando se utiliza la tragedia humana como materia del arte, inevitablemente surgen cuestiones éticas. La primera es el dilema al que se enfrenta un artista que, mientras toca temas como el dolor, la explotación o la miseria, tiene una carrera, unos compradores, una reputación y una presencia institucional que alimenta con su obra. ¿Es reprochable tener éxito y fama asumiendo la vocería de las víctimas? ¿Todo el que denuncia los males del mundo es un simple oportunista? ¿Es legítima una crítica social cuyo único efecto es abrirle las puertas del museo a un artista?

En el mundo contemporáneo, donde todos competimos por visibilidad en los medios, las redes sociales y las instituciones, convertirse en el vocero de una causa noble es una maravillosa estrategia para resaltar entre los demás. Esto no lo hacen sólo los artistas. Cada vez que el exprocurador Ordóñez suelta una cavernicolada, los columnistas salimos a la palestra con severas críticas que sirven, sobre todo, para exhibir nuestro impecable pedigrí progresista. Y en cuanto a los políticos, no hay uno que no intente explotar las desgracias ajenas con fines electorales. En la sociedad del espectáculo, donde desde Marx hasta el sufrimiento son susceptibles de convertirse en mercancía, votos, likes o un artificial aura de nobleza, ninguna acción, como ningún alma, es éticamente pura.

En cuanto a Sumando Ausencias, creo que no hay que engañarse. De esta obra que tantos nombres quiere evocar, el único que será recordado es el de Doris Salcedo. ¿Esto la deslegitima? ¿Habría sido mejor que se hubiera quedado en su casa sin hacer nada? Tampoco lo creo. Hasta hace muy poco las víctimas en Colombia eran invisibles, y Salcedo fue la primera que intentó darles relevancia artística y política. Que esto haya redundado en su beneficio personal es una de las paradojas de sociedades nostálgicas, que extrañan los viejos malos tiempos en que el arte era una fuerza liberadora. Mientras más se mercantiliza el arte, más se sueña con sus efectos sociales, terapéuticos o espirituales. No hay que extrañarse de que el mercado y los museos premien a quien mantiene viva esa ilusión.

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