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El bluyín de Camilo

Tatiana Acevedo Guerrero
03 de abril de 2016 - 02:14 a. m.

A las cuatro de la tarde de algún día en febrero se inauguró una estatua de Camilo Torres, en el barrio Rebolo de Barranquilla. La estatua, que tiene aproximadamente tres metros de alto, fue construida en barro, fibra y resina.

Para volverla rojísima la pintaron en poliéster y la terminaron con barniz. El escultor Roy Pérez contó que se tardó dos meses en hacerla y vaticinó que “su vida útil” sobrepasará los 50 años. Pérez explicó que su obra se llama “El cura, el hombre”, porque representa las dos facetas en la vida de Torres: “En la escultura Camilo Torres se está quitando la sotana para mostrar que es un hombre con el torso desnudo y vestido con un bluyín, y sobre el pecho está marcada la cruz del Señor”.

Como la estatua es roja, algunos medios cubrieron la noticia como una anécdota chistosa. Le preguntaron a María Fernanda Cabal, congresista (esposa del Lafourie de Fedegán) qué pensaba del homenaje y ella previsiblemente estalló en opiniones. Luego pusieron a hablar a Bernardo Hoyos, exalcalde y habitante del barrio Rebolo y éste explotó. También previsiblemente. Cabal calificó a Hoyos de “sotana satánica”, Hoyos calificó a Cabal de “ignorante Mussolini”.

La historia, sin embargo, tiene otras varias capas. El escultor, Reyes, no cobró nada por su trabajo y afirmó que lo hacía “por convicción política”. La plata de los materiales fue recogida por habitantes del barrio, quienes estuvieron en la inauguración junto con admiradores de Torres que llegaron desde otras partes de la ciudad. Algunos contaron historias de cuando Camilo Torres visitó Barranquilla en medio de un aguacero. “La lucha es larga, comencemos ya”, dice la placa que acompaña la estatua. La frase resuena duro en la historia de Rebolo.

El barrio es viejo y su nombre parece venir de los árboles de ciruelas “reboleras” que crecían en sus patios. Es cuna de fútbol y salsa brava, baquiano en inundaciones que se llevan todas las cosas que están cerca del piso. Contiene uno de los bracitos del Magdalena, conocido como el caño de la Ahuyama, que ha sido por décadas el agua donde desembocan arroyos y basuras de la ciudad. Recibió, desde comienzos de los ochenta, a cientos y cientos de familias a salir de sus hogares en otras partes para comenzar a construir casa cerca del río.

La estatua se acomoda por fuera de las noticias y los homenajes más oficiales y bogotanos. En los márgenes de la Memoria Histórica y las negociaciones venideras, los vecinos de Rebolo agarraron al cura y le quitaron la camiseta. Lo plantaron en frente de la cancha de fútbol y de los jardines que ellos mismos han construido. Lo pusieron a velar por varias luchas suyas, desordenadas, que suelen chocarse las unas con las otras. Para que el agua salga de las llaves siempre. Para que la lluvia fluya derecho hacia el Magdalena y no se empoce en barro ni se lleve los muebles. Para que en lugar de militarizar las calles, se les consulte sobre políticas alternativas para el consumo de bazuco y el microtráfico. Para que puedan seguir sus agendas políticas sin las amenazas de siempre.

El clásico ensayo sobre “violencia y cambios socioculturales en áreas rurales”, escrito por Camilo Torres en el 63, ha sido desprestigiado una y otra vez por tantos académicos por varias razones válidas. En su nudo, sin embargo, emite visos que alumbran la construcción de su estatua en Rebolo (tan ajena al guión oficial de victimización). Para Torres, las personas que sufrieron el dolor y la injusticia durante la época de la violencia se politizaron formando en ocasiones liderazgos informales, tenaces, a los que el gobierno central tuvo que oír.

 

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