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El costo de Convivir

Juan Manuel Ospina
18 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

Salir de años de confusión, violencia, sinrazón y corrupción – de los años de una guerra de desgaste, con su motivación político subversiva original, cada vez más desdibujada -, no se fácil ni se hace de manera limpia y de un brochazo.

Los intereses entorno al conflicto, con el tiempo se volvieron más diversos y confusos, arrastrando a su vórtice a distintos sectores de la sociedad. Una guerra subversiva de duración indefinida, llevó a que la cuestión de su financiación se volviera central; financiación que, obviamente, debía ser ilegal – ¡los bancos no tienen líneas de crédito para financiar la subversión¡ -. Empezaron con secuestros selectivos, centrados en los más ricos, quienes rápidamente reaccionaron y conformaron sus “esquemas de seguridad”, frente a los cuales la guerrilla retrocedió; no es gratuito que gracias a la guerra y el secuestro, el negocio de la seguridad privada sea en el país, uno de los más florecientes. La guerrilla cambió entonces su estrategia y se lanzó al secuestro indiscriminado, las tristemente célebres “pescas milagrosas” del Mono Jojoy y del ELN, cuyas víctimas eran principalmente de clase media. La guerrilla se topó, porque no lo inventaron, con el recurso inagotable del narcotráfico; independientemente de cuál ha sido y es la participación guerrillera en él, lo cierto es que gracias a esos crecientes recursos económicos, la acción guerrillera logró su sostenibilidad financiera y ha podido sobrevivir a la coyuntura histórica de la lucha armada revolucionaria.

En muchas regiones del país, el desarrollo de una vida normal en actividades legales y socialmente necesarias – la agricultura y la ganadería, el comercio, el transporte terrestre y la política –, se fue haciendo cada vez más difícil, más riesgoso para la vida y para los bienes. Ante esa compleja situación, unos abandonaron sus actividades voluntariamente, otros bajo la presión de las amenazas; hubo quienes, la mayoría, encontraron un modus vivendi para convivir con una paraestatalidad armada, instalada y en control de sus sitios de trabajo y de vida; el boleteo tanto de derecha como de izquierda se convirtió para muchos compatriotas honrados en un “impuesto revolucionario” (luego aparecería el contrarrevolucionario de los paras) de cuyo pago dependía que pudieran seguir trabajando y viviendo; otros, los menos, acabaron por conformar o apoyar directamente grupos de autodefensa, al pasar de una actitud pasiva y tolerante, a una ofensiva con la vana pretensión de llenar por sus propios medios, el vacío dejado por el Estado que con ello había condenado a muchos ciudadanos a una condición de indefensión. Obviamente eran aguas revueltas por no decir turbulentas en un horizonte confuso, y se creó una situación aprovechada por pillos de todos los pelambres y procedencias. Muchas partes de Colombia quedaron sometidas al “sálvese quien pueda”, que es precisamente lo que el país quiere y necesita dejar atrás; en buena medida, el postconflicto debe permitir establecer al respecto, un “nunca jamás”.

Esa es la cruda realidad que debe entenderse para dimensionar las dificultades que implica superar semejante enredo, que a todos, por razones y en grados diversos, acabó por envolver, con el telón de fondo de un Estado que ha sido incapaz de cumplir cabalmente sus deberes con los ciudadanos y con la convivencia democrática a partir del respeto y defensa de los derechos de todos y el monopolio de la fuerza en cabeza de un Estado legítimo, justo y eficaz. El propósito es claro y lo comparte la inmensa mayoría de los colombianos para los cuales lo vivido es negro como una noche sin luna, pero el camino para llegar a él es culebrero y solo puede identificarse y precisarse a partir de comprender y aceptar nuestra muy compleja realidad. Declaraciones de tono universal y altisonante que pretenden descalificar los esfuerzos nacionales por encontrar salidas reales y viables a lo presente, lanzadas desde el exterior por supuestos guardianes de la ley y los derechos, como acostumbra el señor Vivanco, solo logran enturbiar un horizonte complejo y confuso y alejar en vez de acercar, los valores de la justicia y de la verdad a la realidad colombiana. Como dicen sabiamente en nuestro Caribe, por hacer bonito, terminan haciendo feo.
 

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