El derrumbe de la dirigencia

María Elvira Bonilla
01 de noviembre de 2015 - 09:00 p. m.

En las elecciones del domingo ganaron las manchas, como le dicen en Sucre a las coaliciones, y perdieron los partidos y sus jefes.

Mostraron cómo se han ido encogiendo y olvidando su obligación de orientar y contribuir al debate para que haya claridad que permita dirigir la sociedad hacia propósitos mayores asociados al bien común.

Pero no, todos fueron cayendo, uno a uno, en el inmediatismo electorero, en la pugna por quedarse con segmentos de poder territorial atados a pretensiones personalistas. De allí los respaldos erráticos sin consideración por las cualidades de los candidatos regidos por la pulsión de un triunfo electoral que derivó en coaliciones impensables, si hubiera habido un mínimo de sindérisis, como la que, por ejemplo, se dio en el Cauca, donde el expresidente Álvaro Uribe terminó aliado con el presidente del senado Luis Fernando Velasco, detractores frontales en el pasado, alrededor del nombre del general Barrero para la Gobernación y Jimena Velasco para la Alcaldía de Popayán. Una alianza tan contra natura que hundió a ambos candidatos.

Las cabezas del Partido Liberal —César Gaviria y Horacio Serpa— no dudaron en acompañar el cierre de campaña del “Chontico” Ortiz, el empresario del chance que aspiraba a gobernar a Cali, después de haber advertido privadamente en Bogotá la inconveniencia que su triunfo podría singnificarle a los caleños. Pero a él le apostaron sin pudor, como lo hicieron desvergonzadamente con Didier Tavera para ayudarle a llegar a la Gobernación de Santander, a pesar de su origen al lado del condenado coronel Hugo Aguilar en Covergencia Ciudadana, con su oscuro historial de vínculos con el paramilitarismo y grupos delictivos asociados al narcotráfico. Ahora Serpa saca pecho y lo cuenta entre las conquistas liberales en las Gobernaciones.

Y quién se iba a imaginar que, en aras de conseguir votos para el Partido Conservador, Marta Lucía Ramírez iba a terminar, traicionando su discurso, en la foto con un Óscar Barreto sin considerar las investigaciones penales en su contra, quien a la postre terminó como el único gobernador conservador. Ni qué decir de Germán Vargas y su pupilo Rodrigo Lara, quienes no dudaron tampoco en apostarle a una Oneida Pinto a sabiendas de su historial político y el nefasto horizonte que su triunfo representa en la Gobernación de la Guajira, y el peso de la permanencia del grupo político del exgobernador detenido Kiko Gómez al mando del departamento. Detrás de cada uno de los 15 gobernadores cuestionados hay una cabeza política que funge de dirigente. Como ocurre con los alcaldes, la mayoría también son producto de coaliciones express que todos los partidos se abrogan falsamente como propias.

No hubo una sola voz, por solitaria que fuera, dispuesta a hablar con claridad, a desenterrar valores, a conducir con alguna convicción. Se constató la realidad de una Colombia sin líderes. A esa dirigencia fallida hace referencia la última encuesta sobre cultura de liderazgo público de la Universidad de los Andes en la que los colombianos reconocen que los líderes están mas enfocados a luchar por sus intereses que a generar consensos por un bien común. Por eso nunca se lograrán los cambios que el país necesita.

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