El espejo de una sociedad enferma

Juan Manuel Ospina
09 de junio de 2016 - 03:20 a. m.

Refiriéndose a la terrible crisis de sociedad que se hizo visible con la intervención de las autoridades en el sector del Bronx, la periodista Salud Hernández, luego de su secuestro, decía con razón algo que nos resistimos a aceptar: que no hay poblado en Colombia por pobre que sea que no tenga su Bronx, con su población y sus normas delincuenciales, de seres abandonados de la sociedad pero no de su humanidad – los eufemísticamente denominados, “habitantes de calle” - y de jóvenes que andan a la deriva, solos y sin apoyos o alicientes para vivir en una sociedad que ni los incluye ni ellos respetan, convertidos en carne de cañón para la depravación y un afán de lucro que no puede sino calificarse de criminal por parte de verdaderos genocidas, no solo de vidas humanas sino de vida social; son la excrecencia del narcotráfico, principal cáncer de nuestra sociedad, pero no solo de la nuestra.

El Bronx es la constatación de nuestro fracaso como sociedad. No es el momento para iniciar la cacería de responsables sino de mirar la realidad de frente. Una realidad que a todos cuestiona e interroga: a las autoridades territoriales y nacionales; a lo que nos queda de estructura y de apoyo familiar; al sistema educativo y a unos medios de comunicación, televisión en especial, que terminan haciéndole el juego a verdaderos antivalores sociales; a nuestros intelectuales duchos en la crítica de lo divino y de lo humano pero avaros en su capacidad de ponerle humildemente el oído a nuestra enferma realidad para procurar entenderla y dejar de pontificar sin esfuerzo; a un sistema de vida que excluye a los jóvenes y margina aún más a los marginados, con su única meta del enriquecimiento sin reglas ni límites; a unas iglesias más preocupadas por lo que pasa en la privacidad de las alcobas que en el drama humano que sucede en las calles.

El Bronx es el espejo que nos proyecta “en vivo y en directo” nuestra infinita pobreza y crisis como sociedad y nos enfrenta a desafíos más complejos de los que nos llegarán próximamente de La Habana. Son muchas las preguntas aún sin respuesta a pesar de su urgencia: El futuro a construir a partir del no futuro presente; la extirpación del cáncer del todo se vale, del solo importa el éxito económico inmediato y por cualquier medio. Vivimos en medio de la metástasis de la amalgama entre narcotráfico y neoliberalismo, propiciada por la apertura de la economía a los mercados externos donde la demanda por drogas crece como la espuma, a la par que se desregulaba la economía debilitando hasta casi eliminar, la capacidad del control estatal. Se le facilitaron al narconegocio las operaciones financieras para mover, lavar y transformar sus enormes utilidades.

Lo único que hoy se persigue y se castiga son los primeros eslabones de la cadena productiva o de agregación de valor de las drogas estupefacientes, por lo cual un país como Colombia asiste impotente al fortalecimiento de la criminalidad asociada a esos primeros eslabones, pues la rentabilidad de su negocio está en proporción directa del grado de represión/prohibición aplicado. La famosa guerra contra las drogas no termina el negocio, porque no acaba con la demanda, casi tan vieja como la humanidad, pero si crea las condiciones para alimentar la corrupción y la violencia a él asociadas, así como la pérdida de valores de ciudadanía y de convivencia; el Bronx es la perfecta vitrina de lo que sucede. Lo allí acontecido es un llamado, casi que una súplica para terminar con la fallida e hipócrita “guerra contra las drogas” y su mandato prohibicionista. Esto además lo requieren, las negociaciones habaneras so pena de terminar en simple prosa lírica, con referendo y blindaje constitucional incluido.
 

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