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El ID que se comió el planeta

Paul Krugman
12 de junio de 2016 - 02:00 a. m.

El Consejo en Defensa de los Recursos Naturales, uno de los grupos ambientalistas más influyentes de EE. UU., hizo su primera adhesión presidencial en la historia, a Hillary Clinton. Eso significó disparar la pistola una semana antes con respecto a su inevitable designación como la probable nominada demócrata, pero salta a la vista que el Fondo de Acción NRDC está impaciente por seguir con la elección general.

Y no es difícil ver por qué: en este punto, la personalidad de Donald Trump pone en peligro a todo el planeta.

Estamos en un momento peculiar: si continúan las políticas actuales, la perspectiva para el cambio climático nunca ha sido peor, pero las opciones para alejarse de la destrucción nunca se han visto mejor. Todo depende de quién termine ocupando la Casa Blanca durante los próximos años.

¿Recuerdan los alegatos diciendo que el calentamiento global había hecho una pausa, que las temperaturas no habían subido desde 1998? Ese siempre fue un argumento estúpido, pero, en cualquier caso, ahora ya fue disipado por una serie de nuevos récords de temperatura y una proliferación de otros indicadores que, tomados en conjunto, cuentan una aterradora historia de inminente desastre.

El acelerado progreso tecnológico en energía renovable está convirtiendo en tonterías —o quizá debería decir, más tonterías— otro mal argumento en contra de la acción climática, el alegato de que nada puede hacerse con respecto a emisiones de gases de invernadero sin paralizar la economía. La energía solar y eólica se están volviendo más baratas cada año, y crecen incluso sin incentivos para alejarse de combustibles fósiles. Si se proveen esos incentivos, una revolución energética estaría justo a la vuelta de la esquina.

Así que estamos en un estado en el que hay cosas terribles en perspectiva, pero se pueden evitar con medidas relativamente modestas, políticamente factibles. Quizá usted quiera una revolución, pero no necesitamos una para salvar al planeta. Todo lo que haría falta es que EE. UU. ponga en marcha el plan de energía limpia de la administración Obama y otras acciones —que ni siquiera requieren de nueva legislación, solo de una Suprema Corte que no se interpondrá en su camino— para seguir con el rol que tomó en el acuerdo de París del año pasado, guiando al mundo de manera integral hacia marcadas reducciones de emisiones.

¿Qué pasa si el próximo presidente es un hombre que no cree en la ciencia del clima, o efectivamente en hechos inconvenientes de cualquier tipo?

La hostilidad republicana a la ciencia del clima y la acción climática suele atribuirse a la ideología y al poder de intereses especiales, y ambos seguramente desempeñan papeles de importancia. Los fundamentalistas del libre mercado prefieren rechazar la ciencia a reconocer que hay alguna vez casos en que es necesaria la regulación gubernamental. En el ínterin, comprar políticos es una inversión de negocios bastante buena para magnates del combustible fósil como los hermanos Koch.

Sin embargo, siempre había tenido la sensación de que había un tercer factor, que es esencialmente sicológico. Hay algunos hombres —casi siempre son hombres— que se enfurecen ante cualquier sugerencia de que deben renunciar a algo que quieren, por el bien común. Con frecuencia, la ira es desproporcionada al sacrificio; por ejemplo, conservadores prominentes sugiriendo violencia en contra de funcionarios gubernamentales porque no les gusta el desempeño del detergente exento de fosfato. Sin embargo, la ira de contaminadores no gira en torno al pensamiento racional.

Lo cual nos lleva al probable candidato republicano a la Presidencia, quien encarna el ID conservador de tiempos modernos en su forma más desnuda, despojado de los disfraces que los políticos suelen usar para ocultar sus prejuicios y hacerlos parecer respetables.

Trump odia la protección ambiental, en parte, por las razones usuales. Sin embargo, hay una capa adicional de veneno en sus posturas a favor de la contaminación que es tanto personal como alucinantemente mezquina.

Por ejemplo, él ha denunciado repetidamente restricciones enfocadas a proteger la capa de ozono —una de las grandes historias de éxito de la política global para el ambiente— porque, alega, son la razón de que su aerosol para el cabello no funcione tan bien como solía. No estoy inventando esto.

También es un amargo enemigo de la energía eólica. Le gusta hablar sobre cómo turbinas de viento matan aves, que a veces lo hacen, pero no más que edificios altos; sin embargo, todo parece indicar que su verdadera motivación es la ira en torno a infructuosos intentos por bloquear una granja eólica frente a la costa, cerca de uno de sus campos de golf.

Además, si se interpone evidencia en su egocentrismo, no tiene importancia. Hace poco les aseguró a diferentes públicos que no hay sequía en California, que los funcionarios solo se han negado a abrirle al agua.

Sé cuán ridículo suena eso. ¿Puede realmente el planeta estar en peligro debido a que un tipo rico se preocupa por su peinado? Sin embargo, los republicanos están marchando alrededor de este tipo justamente como si él fuera un candidato normal. Y si los demócratas no se reúnen de la misma forma, quizá pudiera llegar a la Casa Blanca.

2016 New York Times News Service

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