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El legado de Fanny en peligro

Andrés Hoyos
17 de mayo de 2016 - 08:53 p. m.

Las cenizas de Fanny Mikey, dondequiera que hayan ido a parar, están inquietas.

El legado que esta argentina pelirroja de tremendas agallas nos dejó está en peligro, para dolor no ya de quienes fuimos sus amigos, sino de Bogotá y de Colombia.

Se trata de un patrimonio cultural indispensable que es preciso rescatar.

Las malas noticias comenzaron a poco de morir ella en agosto de 2008. El último Festival Iberoamericano de Teatro (FITB) que se hizo bajo su dirección dejó un superávit cuya cifra recuerdo bien: $1.600 millones. En ese momento se discutía qué hacer con el excedente. Terminado el FITB de 2010, los miembros de la junta fuimos informados de que había dejado un déficit astronómico de casi $7.000 millones. Anonadados y víctimas de un inmoderado optimismo, nos dijimos que semejante descalabro se había debido a la inexperiencia y al exceso de ambición, aunque al menos un miembro de la época sí sugirió que este resultado olía mal.

No se hizo una auditoría estricta, pero se dio una directiva clara: el festival debía regresar a cifras negras, si no con la edición de 2012 dada la cuantiosísima pérdida acumulada, por lo menos con la de 2014. Pues bien, el FITB ha vivido en rojo profundo desde entonces, pese a que el monto total de sus pasivos y deudas es un secreto celosamente guardado. Se sabe de numerosos acreedores insatisfechos, muchos de vieja data.

Yo pertenecí a la junta del festival hasta 2012, cuando un cheque conseguido por la ministra de Cultura para saldar las deudas más urgentes fue consignado en una cuenta embargada, lo que nos dio a entender a varios que era hora de renunciar. Desde entonces, la junta se ha ido reduciendo a la más mínima expresión. Hasta hace poco todavía pertenecía a ella Hugo Molina, quien murió de un infarto fulminante dos años atrás.

Como digo, circulan desde un principio ruidos de que ha habido cosas peores que la mera ineptitud. Ojalá las auditorias en curso, en especial una que realiza la institución distrital que vigila a las ESAL, desmientan estos ruidos y todo se reduzca a yerros de estrategia y de gestión. En cuanto a errores, vaya que la idea de usar los activos de la relativamente sana Fundación del Teatro Nacional, en particular los teatros, para respaldar el pago de las acreencias del festival es un desatino de marca mayor.

La gota que rebosó la copa cayó en estos días. En vez de arreglar las cosas, la exigua junta directiva cambió los estatutos para darse a sí misma y a sus allegados más poder. Descartó sin más los resultados de una comprometedora auditoría que el año pasado les reportó Daniel Álvarez Mikey, el hijo de Fanny, y este fin de semana simplemente lo despidieron de su cargo como directivo del teatro sin darle explicaciones. Fanny fue expulsada de su obra en la persona de su hijo Daniel. 

Una vez más se intenta solucionar un problema fusilando al mensajero.

El actual escándalo tiene la virtud de que hace inevitable un cambio. Por ley y por sentido común ambas instituciones deberán incorporar asambleas de propietarios, integradas por gente del sector. Asimismo hay que invitar a instituciones sólidas, como son las universidades y otras fundaciones de peso en el país, a participar en ambas juntas directivas. El Estado y la ciudad también deben participar. William Cruz, el presidente de las dos juntas, y sus aliados no quieren oír hablar de eso. Algo me dice que pronto entenderán que no les queda más remedio.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes  

 

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