El matoneo de los pazólogos pacifistas

Darío Acevedo Carmona
30 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

El profesor Alejandro Reyes, columnista de El Espectador y asesor del gobierno Santos en las negociaciones de paz con las FARC en temas agrarios, publicó en dicho diario el pasado 14 de enero, una columna en la que señala al expresidente Alvaro Uribe como ordenador de violencias.

Afirmó que Uribe Vélez aprovechando su don de mando “… ha dado órdenes directas a los ejecutores pasando por encima de las estructuras de mando establecidas y ha pedido cuentas de los resultados con la severidad de un censor que se hace temer por sus explosiones de furia. Desde el amanecer llamaba a coroneles y generales para exigir resultados en las veredas y muchos de ellos terminaron ofreciéndolos como sacrificios humanos…”, insinuando que en dicha función  habría algo ilegal en vez de acciones del jefe del Estado en su calidad de Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, para cumplir  con el deber constitucional de preservar el orden y combatir a los grupos armados ilegales. Es curioso que quienes hablan de una guerra civil en Colombia se asusten o descalifiquen la respuesta legítima del Estado.

Refiriéndose a su gestión como gobernador de Antioquia, Reyes asegura que se excedió en sus funciones al promover: “las Convivir para asegurar la autodefensa de los hacendados acosados por las guerrillas, que luego pasaron a convertirse en grupos paramilitares” desconociendo que las Convivir fueron creadas bajo la presidencia de César Gaviria y las de Antioquia autorizadas por el ministro de Gobierno Horacio Serpa Uribe en la presidencia de Ernesto Samper. Comulga Reyes con el prejuicio extendido en las esferas de izquierdas y progres que ve a los hacendados como criminales y no empresarios con derecho a la protección del Estado.

Rebasando los límites de todo respeto, Reyes sostiene sin empacho que “Las consignas de Uribe, simples y claras, reiteradas hasta el cansancio, son órdenes de batalla que tienen una probada eficacia en la trama de la violencia colombiana”, sumándose así a la denigrante campaña del mamertismo y la extrema izquierda para desprestigiar, acosar, acusar e intentar hacer condenar a quien, a través de una política de estado –la Seguridad Democrática- les propició los más duros golpes a las FARC. 

Concluye en tono de advertencia y amenaza sobre la violencia que pueda llegar a desatarse con el pretexto de eliminar la amenaza castro-chavista: “Mucha gente armada se encuentra en espera de justificaciones, consignas y órdenes, y más le valdría a Uribe ser consciente de las consecuencias de las suyas para que las asuma cuando la historia se las demande.” Cuando lo que hemos visto de Uribe es llamados a la resistencia civil y argumental a la protesta pacífica a asistir a las elecciones y el plebiscito.

No voy a defender al expresidente de un refrito que ya hemos leído ene veces, montado por quienes fueron derrotados por el Ejército de Colombia. Simplemente, quiero constatar que personas al servicio del gobierno Santos incapaces de responder a las críticas sobre impunidad en el acuerdo de paz, se han recostado en la versión mamerta del conflicto colombiano, en la consigna de estigmatizar al expresidente Uribe como el cerebro de todas las violencias, tarea en la que llevan 20 años los colectivos de abogados y ONGs enmascaradas en la defensa de los DD.HH.

En este caso veo la incoherencia de quien quiere  justificar, tardíamente, algo que no fue capaz de sostener antes. Recuerdo que en diciembre de 2006 cuando se discutía la salida jurídica para los grupos de autodefensa inmersos en negociación de paz, el profesor Reyes asistió en muy buenos términos a una reunión en el Palacio de Nariño a la que asistieron también Enrique Santos Calderón, José Obdulio Gaviria, Alfredo Rangel, Darío Echeverri, el presidente Uribe y quien esto escribe. No estoy seguro si también se hizo presente semanas después en reuniones similares.

Para entonces, la campaña de los colectivos y el mamertismo abierto y encubierto contra Uribe ya era de dominio público dentro y fuera del país, de tal forma que el profesor Reyes debió estar al tanto de esos rumores. Me pregunto, ¿compartía él esas infamias? Si las daba por ciertas ¿por qué fue a una reunión con el “ordenador de las violencias? ¿Por qué guardó su bocanada de hiel 10 años?

Uno esperaría de la pluma de un académico el valor intelectual de tomar distancia de las consignas de la jauría que clama paz mientras busca el aplastamiento y la desaparición de Uribe y del uribismo. Porque de personas como Piedad Córdoba, Iván Cepeda, Alirio Uribe, León Valencia o de los jefes guerrilleros o de la dirigencia del partido Comunista o de un buen número de columnistas y conductores de noticias, no se puede esperar cosa diferente al matoneo sistemático contra el líder de la Oposición.

Lamentablemente, lo de Reyes no es aislado, la respetada profesora antioqueña de ética y filosofía política, Beatriz Restrepo, destacada por su mesura, su tolerancia y su pacifismo, escribió en diciembre de 2016 un semblante de Uribe Vélez que nada tiene que envidiar al pantano vocinglero que le arrojan desde orillas belicosas.
Estamos, pues, en presencia de intelectuales que creen tener el derecho de destrozar la integridad de aquellos con quienes no simpatizan, que en nombre de la paz apelan al matoneo, de quienes predican democracia pero se niegan a reconocer que Uribe ha sido inspirador de dos partidos legales, que siempre ha sido elegido en democracia y que lideró la victoria del NO en el plebiscito “armado” de un megáfono y su twitter. Estamos rodeados de intelectuales que hablan de tolerancia y reconciliación pero quieren sacar del camino al líder de la bancada opositora, le exigen retirarse y “dejar de joder” y en cambio soportan a un Ernesto Samper, a un César Gaviria y a un Horacio Serpa y a guerrilleros que luego de tanta violencia durante medio siglo quieren ahora dominar la vida política de la Nación.

Es la película del momento, en la que hablan de reconciliación mostrando sus garras y colmillos de odio. Las fieras quieren la paz pero no cesan de perseguir a su presa.

 

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