El mundo según Trump

Hernando Gómez Buendía
21 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

No es tan incoherente ni tan irracional como lo pintan.

Más allá de su estilo camorrero, el candidato y presidente electo ha mantenido dos temas obsesivos en su agenda, y su política exterior tiene dos objetivos perfectamente definidos: evitar atentados terroristas y devolver empleos a Estados Unidos. Esto parece simple, pero implica un viraje de 180 grados en la política exterior de Washington y en la geopolítica global: el viraje del Oriente Medio a China como el centro de atención y de tensión mundial.

Era un viraje necesario, e incluso inevitable, para Estados Unidos: Trump quiere hacer lo que tocaba hacer. Pero ¿por qué hay que hacerlo? Y ¿cómo piensa hacerlo?

Desde el 11 de septiembre de 2001, la política de Washington se concentró en Irak-Afganistán, con sus muchos rebotes en el mundo árabe y la emergencia del terrorismo islámico, hasta llegar a ISIS y a la tragedia siria. Pero aquí se mezclaron dos intereses distintos: el del petróleo —que supone controlar el territorio del país productor— y el de los atentados terroristas —que supone control de los musulmanes en los países industrializados—.

Ahora bien: la dependencia del petróleo árabe se acabó con el fracking en Estados Unidos, y así el problema se redujo al de atentados terroristas en sus propias ciudades. Quedó sobrando la ocupación de países petroleros. Obama entonces retiró las tropas, y ahora el turno es para las medidas xenófobas de Trump.

Por eso —y al revés de lo que dicen—, Trump se opone a declarar más guerras y a encartarse con países ocupados, al estilo de Irak, Afganistán o Siria. Es un aislacionista que suena a intervencionista y que tiene, sin embargo, el desafío de acabar de salir del avispero que Bush armó y que Obama no acabó de liquidar.

Su fórmula es sencilla (y simplista): un acuerdo con Rusia para restablecer el orden —cualquier orden— en el Oriente Medio. Sería volver a apoyar al dictador o al ganador de turno en cada caso, comenzando por dos países críticos: Siria, donde Al Asad ya ganó gracias a Putin, e Israel, donde su amigo Netanyahu ya decidió que no habrá Estado palestino. El perdedor del nuevo pacto ruso-americano es la Europa de Alemania y de la OTAN, y por eso la pelea que se viene.

Pero después de todo, el Oriente Medio y el terrorismo fueron un desvío temporal en la política de Estados Unidos, cuyo rival de largo plazo es China. Por razones demográficas e históricas, esto se había dicho desde el siglo XIX, pero la globalización lo ha vuelto un hecho contundente: desde el año 2000 se han cerrado 70.000 fábricas en Estados Unidos, y más de cinco millones de empleos se han ido para China. Y este, ni más ni menos, es el hecho que explica la elección de Trump.

Por eso Trump jugó la carta de Taiwán, que es el fucú de China, por eso va a aumentar la tensión en el Pacífico Sur, por eso viene un forcejeo de titanes en las reglas y bloques del comercio mundial (donde además México tiene todo que perder y Colombia no cuenta para nada).

Lo que Trump quiere es revertir el curso de la historia, volver al Oriente Medio que había antes de Bush y a un sistema económico global donde Estados Unidos se quede con el pan y con el queso.

“America first” —su eslogan de campaña y de gobierno— exactamente significa eso. Es el sueño de Trump, pero es también la pesadilla de otros muchos países: queda por ver si Trump se sale con la suya.

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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