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El Niño y los alumbrados

Héctor Abad Faciolince
07 de noviembre de 2015 - 05:56 a. m.

Escribo esto mientras cae una llovizna calabobos sobre Medellín.

Cuando esta lluvia menuda cae el día entero, uno puede llegar a pensar que El Niño es un invento, que no habrá la sequía anunciada para este extremo norte de los Andes. Así piensan políticos irresponsables como Trump, que niegan el calentamiento global porque hace un par de años hubo un invierno muy crudo en el norte de Estados Unidos y pudieron esquiar. Irresponsables o cínicos. O más bien cómplices de unos pocos millonarios que son negacionistas por interés: no quieren hacer las inversiones necesarias para disminuir los gases de efecto invernadero; no quieren afectar el negocio del consumismo loco en cosas inútiles.

Por suerte hoy en día los meteorólogos no se basan en la impresión subjetiva sino en observaciones y mediciones muy precisas que se vienen haciendo desde hace más de un siglo. Y según estas tablas, el año 2015 será el más caliente de la historia registrada con termómetros confiables. Y para las agencias ambientales más serias, este año no habrá un Niño, sino un súper Niño, tan grande como el de 1997-98, el del famoso apagón, cuando toda Colombia estuvo a media luz durante más de un año.

Se dice que hoy estamos mejor preparados, por las termoeléctricas, para afrontar la emergencia, pero al parecer, como denunciaba El Espectador en su editorial del 31 de octubre, no tenemos ni el gas suficiente ni las centrales en capacidad de reemplazar unas represas que, en cuatro meses, van a estar mostrando los pueblos inundados cuando las construyeron. Y cuando aquí reaparecen los campanarios hundidos bajo el agua, suele ocurrir lo peor, no solo en electricidad, sino también en escasez, en inflación, en calor e incluso en rabia. Hay estudios: con El Niño las guerras civiles se vuelven más crueles. El clima puede tener efectos hasta en el mismo proceso de paz. Así que hay que tomar medidas, reales y simbólicas, que sean efectivas. Y hay que tomarlas ya, con urgencia.

En varias partes del país hay grupos de ciudadanos que están pidiendo que este año se suspendan o se limiten los alumbrados navideños. No solo los públicos, también y sobre todo los privados. Un bombillo prendido es como una llave de agua abierta, goteando. Es también una burla a la emergencia climática. Millones de luces prendidas para nada son una señal de indiferencia ante una posible catástrofe ambiental muy grave. No hay acuerdo sobre si los Niños más fuertes (y el de este año es enorme: el Pacífico tropical tiene temperaturas cinco grados más altas) dependen del calentamiento global o si son fenómenos independientes. Lo que sí se sabe es que la unión de ambas fuerzas el mismo año, Niño más calentamiento, forman una mezcla devastadora, sobre todo en el trópico.

Por triste que sea, hay que hacer una campaña para limitar los alumbrados públicos (en cantidad y en horario), y sobre todo la iluminación navideña privada. Sé muy bien que esta no es la solución al problema; que el alumbrado de Medellín, quizá el más grande del país, no representa un gasto de energía enorme pues equivale al de un pueblo. Pero al limitarlo o suprimirlo, como sería lo adecuado ante un panorama como el que se anuncia, se les da a los ciudadanos un claro mensaje de que hay que ahorrar agua y luz, aunque hoy esté lloviznando. Que no podemos seguir en la insensatez del derroche.

Todos tenemos una responsabilidad social y ambiental, y estamos obligados a sumar pequeñas acciones que, juntas, disminuyan la perspectiva de un racionamiento. El agua potable y la energía eléctrica son tesoros de la modernidad, pero usadas con torpeza consumista, son un remedio que se vuelve enfermedad. No se trata solamente de castigar a la gente con cuentas más caras, para que entienda. Más allá del costo debe haber responsabilidad personal y pública. Y actuar en consecuencia. Ante el súper Niño que viene, también debe haber una austeridad y un ahorro extremos por parte del Gobierno y de cada ciudadano.

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