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El No y la vergüenza planetaria: el plebiSÍto

Álvaro Restrepo
06 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.

Es un hecho: la victoria del No a los históricos acuerdos de paz alcanzados en La Habana nos regresaría de inmediato a la condición de país paria que hemos logrado superar los colombianos en los últimos años.

¿Con qué cara nos presentaríamos ante la comunidad internacional si la respuesta al plebiscito es: “...preferimos continuar en guerra pues no sabemos ni queremos vivir en paz”. Las Naciones Unidas, el papa Francisco, el reino de Noruega, entre muchos otros, no podrían entender a un pueblo que no supo apreciar el hecho de que su presidente y su brillante equipo negociador lograron, ‘por las buenas’, lo que sus predecesores no lograron acabar ‘por las malas’ durante décadas. La lógica del diálogo civilizado se impuso y sometió a la irracionalidad y a la demencia del derramamiento de sangre entre hermanos. Y esto debemos festejarlo —y avalarlo— los colombianos. La verdad es que duele y preocupa que el 5-0 contra Argentina de hace unos años convocó una celebración sin precedentes en las calles que no logró la firma de los acuerdos de paz. Recibimos a la Selección Colombia en ese entonces como héroes, tal y como hemos debido recibir al equipo negociador hace unos  días. Estos sí auténticos héroes. Las recientes marchas multitudinarias en contra de la ministra de Educación y su valiente política de erradicación del matoneo y la discriminación nos demuestran que los colombianos no sabemos marchar a favor... siempre en contra de algo. Es la mentalidad negativa y poco pro-positiva que nos ha quedado como secuela de la desconfianza y el dolor de tantos años de guerra.

El Sí al plebiscito es quizás el paso más valiente y significativo que podemos dar: le vamos a decir Sí al reto de reconstruir entre todos la confianza en un país; le vamos a decir Sí a la posibilidad de tratarnos como hijos de una misma madre; le vamos a decir Sí a una nueva sensibilidad y a un proyecto colectivo de Nación; le vamos a decir Sí a la lucha contra la corrupción —un cáncer aún peor que las Farc—. Los escépticos se burlan y afirman que los partidarios del Sí estamos embriagados de ingenuidad y poesía. Bienvenida sea la poesía en un país donde la prosa del dolor, el egoísmo y la crueldad ha sido nuestro lenguaje cotidiano. Bienvenido un país donde haya más necesidad de poesía y menos necesidad de policía. Bienvenido un país donde un ministerio de Defensa se metamorfosee en un ministerio de Defensa de la Paz: que se pueda dedicar a vigilar nuestras fronteras, nuestros parques naturales, nuestros campos y nuestras ciudades y que ya no tenga que defendernos de nosotros mismos. El Sí es también la posibilidad de que esos multibillonarios presupuestos que hoy destinamos a la guerra los podamos destinar a la educación, la cultura, la salud...: el bienestar de todos los colombianos. Para dar un ejemplo dramático y que conozco bien como artista y gestor cultural: ¡cuatro días de guerra equivalen al presupuesto de un año del Ministerio de Cultura!

Hace unos días le dirigí desde este mismo diario una larga carta abierta al expresidente Uribe, líder supremo del No. Quisiera complementarla con esta frase: Juan Manuel Santos ya logró un lugar en la historia como el presidente de la paz. Dr. Uribe, no se quede usted relegado en el oscuro y triste solio del presidente de la guerra.

Y parafraseando a Antanas Mockus:

Sí a la imperfección —perfectible— de los acuerdos.

No a la perfección irrevocable de la guerra.

 

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