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El punto D

Sergio Otálora Montenegro
07 de noviembre de 2015 - 01:37 a. m.

MIAMI. Este sábado es la gran noche: Donald John Trump aparece, como presentador invitado, en uno de los programas de humor (y de política) más famosos de Estados Unidos.

Pero el camino para llegar a ser el anfitrión de SNL (Saturday Night Live, así se llama esa locura furiosa, que, precisamente, este año cumplió cuarenta años de estar al aire y de transmitirse casi en su totalidad en vivo) ha estado empedrado de protestas y cartas enardecidas de los grupos de apoyo a los inmigrantes indocumentados y de la bancada hispana en el Congreso. “El racismo no es divertido” fue el grito de combate, la frase efectista que se inventaron los activistas y parlamentarios para disuadir a los productores del show y a la programadora NBC, de que cancelaran la invitación de este taumaturgo de los medios, de las audiencias millonarias (el llamado “rating”), a un espacio de televisión que se confunde con lo más divertido, fresco e irreverente de la cultura del espectáculo estadounidense.

Hace ocho años, en plenas elecciones presidenciales, este programa fue el mismo que hizo una parodia ácida, inteligente, devastadora, de la gobernadora de Alaska, Sarah Palin. Ella se convirtió, por arte de birlibirloque y de la falta de opciones, en la formula vicepresidencial del candidato republicano John McCain, oponente del candidato demócrata Barack Obama. La caricatura de Palin, a manos de Tina Fey (ya para ese entonces ex miembro del elenco de SNL), fue todo un fenómeno político en medio de carcajadas de burla. Pero en ese momento ningún grupo conservador, cristiano o de simpatizantes de la candidata, se atrevió a pedir que sacaran del aire la imitación de Palin.

Es más: ella misma, la Sarah de verdad, apareció en el set de grabación al lado de su imitadora, en un cara a cara, en una especie de careo en vivo que hizo historia.

Este país tiene una enorme capacidad de burlarse de sí mismo. Lo hace a diario, sobre todo en sus espacios de la media noche, en los que la sátira política, la burla más descarnada de todos los factores de poder, la imitación de políticos o figurines de la farándula, son los ingredientes fundamentales. Uno de los personajes que más estimuló la creatividad de los productores y escritores, en los últimos tiempos, fue el expresidente George W.Bush, con todos sus comentarios incomprensibles, sus metidas de pata proverbiales o sus ademanes de circo.

Donald es el punto G de la creación de grandes audiencias. Es, digamos, el punto D. Su ademán provocador, esa retahíla hueca que seduce a los más rabiosos, sus trazos exagerados, desde su copete hasta sus tics, su lenguaje puñetero, es oro puro para la caricatura, para el esperpento.

Pero los activistas que defienden a los inmigrantes indocumentados (y aquellos de origen mexicano que se han sentido ofendidos con los desplantes de Trump) no parece que hayan entendido las coordenadas de la cultura política de Estados Unidos. Tampoco que, cuando se trata de humor político, no hay límites. Es evidente que SNL tendrá este sábado uno de los índices de audiencia más altos de los últimos tiempos por cuenta del factor D.

Con seguridad que Trump tendrá que aceptar que le mamen gallo sin contemplaciones, y todos tendremos que aguantarnos a este megalómano irremediable con su despliegue de arrogancia: que el episodio en el que fungió como anfitrión rompió todas las marcas de audiencia en la historia de SNL. Por supuesto, eso no será cierto, pero de esa materia prima está hecha la “marca” que se ha labrado este estrambótico archimillonario.

Ya incluso un puñado de intelectuales, acaso preocupados a larga distancia por la suerte de los “latinos”, decidió también tomarse muy en serio y alertar sobre el peligro de Trump. Pero ese sujeto es apenas un síntoma, algo muy poco serio que, sin duda, llevará su carpa circense hasta el final de las primarias.

Entendámonos: aquí en este país hay un sector chovinista, racista, a fondo antiinmigrante, que quiere poner muros por todas partes para espantar extranjeros. Pero el antídoto se encuentra precisamente en ese otro lado del espectro de la cultura estadounidense: el de la diversidad, la farsa, la risa, ese cierto desprecio al poder, esa rara vocación de burlarse de sí mismos –con el presidente a la cabeza- a pesar de todas las tragedias que es capaz de provocar este país. O tal vez, por eso mismo, esa es su vía de escape, su catarsis.

@sergiootalora

 

 

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