El reglamento

Javier Ortiz Cassiani
11 de diciembre de 2016 - 02:00 a. m.

El pasado 25 de noviembre ocurrió algo inédito en la ciudad de Cartagena.

La señora Carmen, una empleada del servicio doméstico que tiene a su cuidado un niño de 11 años, tuvo que acompañarlo a una fiesta de cumpleaños en el Club Naval Santa Cruz de Castillogrande. En la entrada, el vigilante le dijo que estaba prohibido el ingreso a empleadas del servicio doméstico, pero la dejó seguir porque ella explicó que tenía a su cargo a un niño invitado a una fiesta de cumpleaños.

Al poco tiempo una cadete se le acercó y le volvió a insistir, le dijo que ella no podía estar dentro del Club por ser una empleada doméstica. No obstante, Carmen llevó al niño hasta el salón de la fiesta. Planeaba acompañarlo, pero la mamá del niño anfitrión le confirmó el mensaje: si no se iba, la podían sacar, era el reglamento. A la jefa de Carmen también la llamó la señora de la fiesta, con mucha pena le dijo que su empleada no podía quedarse.

Carmen, humillada, tomó a su muchachito y salió con él de las instalaciones del Club. Su jefa la recogió en la entrada en cuanto se desocupó de su trabajo. Carmen no podía parar de llorar. Lo inédito de esta historia no es que haya ocurrido. Las empleadas del servicio doméstico son discriminadas con frecuencia. Son sometidas a malos tratos, racismo, salario por debajo del mínimo legal, jornada laboral excesiva y múltiples formas de violencia, incluida la sexual. Lo inédito es que alguien se hubiera atrevido a denunciar. Carmen no solo lo hizo, sino que presentó una acción de tutela.

Detrás de toda la imagen excluyente de su narración, hay un hecho espeluznante. Ni el vigilante ni la cadete, ni mucho menos la madre del niño, actuaron movidos por sus propios prejuicios. La discriminación está impresa en el “Reglamento de Centros de Recreación de la Armada Nacional” por una disposición firmada por el comandante de la Armada Nacional adscrito al Ministerio de Defensa. Aquí, discriminar es la regla.

Según el artículo 47 del documento, específicamente dedicado a las prohibiciones en los centros recreacionales, las mujeres empleadas del servicio doméstico están en la misma categoría de los animales. Dice “Está prohibido el ingreso de empleadas domésticas a las instalaciones de los Centros de Recreación de la Armada Nacional” y renglón seguido dice “Está prohibido el ingreso de las mascotas a las instalaciones de los Centros de Recreación de la Armada Nacional”.

La medida es clasista, sexista y, desde luego, racista en contextos en los que la mayoría de las mujeres empleadas del servicio doméstico son negras. Al comandante de la Armada Nacional se le olvida que la institución a la que pertenecen lleva el nombre de José Prudencio Padilla, un hombre negro, héroe de la independencia nacional y de América, debido a su destacada participación durante el sitio de Pablo Morillo a la ciudad, la Batalla de Maracaibo y la derrota y expulsión de las última tropas realistas de Cartagena.

También parece olvidársele que fue sobre el legado y la memoria de este afrodescendiente de origen humilde que se construyó todo lo que hoy disfrutan con honores los oficiales, y que esa misma memoria es la que se ofende cada vez que ocurren actos de discriminación como el protagonizado con la señora Carmen.

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