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El reino alauita

Marcos Peckel
06 de enero de 2016 - 02:59 a. m.

Tánger. Este puerto marroquí estratégicamente ubicado en la esquina noroccidental del continente africano donde el océano Atlántico se encuentra con el mar Mediterráneo se avizora desde los ferris que zarpan de los puertos españoles de Algeciras y Tarifa.

Una histórica ciudad de dos millones de habitantes que, al igual que su homóloga Casablanca, fue escenario de conspiraciones, intrigas y espionaje durante los años de la Segunda Guerra Mundial. A través de los siglos la ciudad cayó en manos de varios imperios: fenicio, cartaginés, romano, portugués, español, árabe, francés y británico. Según la leyenda, fue Hércules el griego quien rompió las montañas que por estos lados unían a Europa con África, dando origen a esta mítica ciudad.

Marruecos ha sido gobernado desde su independencia por la dinastía alauita suní —a diferencia de los alauitas de Al Asad en Siria, chiitas—, goza de una economía estable con aceptables índices de crecimiento, basada principalmente en agricultura, turismo —unos 14 millones de visitantes llegaron en 2015— e industria liviana. Sin embargo, el país enfrenta grandes desafíos sociales, ocupa apenas el lugar 126 en el índice de desarrollo humano de la ONU y sufre de gran desigualdad social, como la inmensa mayoría de países en desarrollo.

Marruecos no fue ajeno a las protestas de la Primavera Árabe, aplacadas eventualmente por el rey Mohamed VI, quien introdujo importantes reformas al sistema político. Se promulgó una nueva Constitución, tras lo cual se llevaron a cabo elecciones al Parlamento, ganadas por el islamista partido Justicia y Desarrollo, actualmente en cabeza del Gobierno. Esta Constitución establece en su preámbulo que la nación marroquí tiene raíces islámicas, árabes, bereberes y judías, invistiendo al país de una identidad propia.

El monarca aún concentra buena parte del poder, además de ostentar el título de “comandante de los fieles”, lo que, bajo la tradición musulmana, le confiere poder inherente para gobernar. La corona goza de amplia legitimidad, aunque es blanco permanente de críticas por corrupción, enriquecimiento y excesiva acumulación de poder. Las reformas han abierto caminos democráticos que antes no existían, incluyendo, con ciertas limitaciones, la libertad de expresión y mayor poder al Gobierno elegido. En un mundo árabe anarquizado, presa de guerras, Estados colapsados, conflictos religiosos, injerencias extranjeras y dictaduras, Marruecos saca la cara.

En el ámbito internacional, el Gobierno encara el conflicto no resuelto del Sahara Occidental, región que estuvo bajo dominio español hasta 1975 y hace parte actualmente del territorio marroquí, excepto una pequeña franja desértica controlada por el Frente Polisario, el cual declaró en 1976 la independencia de la República Árabe Democrática del Sahara, una “república virtual” aunque con reconocimiento diplomático de varios países. Marruecos ha ofrecido un generoso estatuto de autonomía al Sahara que, de cara a la realidad regional de EE. UU. y al terrorismo yihadista, es la más adecuada y realista y goza del apoyo de las grandes potencias.

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