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El reverso de los derechos

Rodolfo Arango
04 de abril de 2016 - 02:00 a. m.

Millones de refugiados en Europa y de desplazados en Colombia desafían el orden establecido.

Ese orden basado en los derechos a la vida, la libertad y la propiedad enfrenta crecientes demandas de redistribución y reconocimiento. El mundo tiembla y los radicalismos escalan, prometiendo ocupar por mucho tiempo nuestra atención. La crueldad se extiende sobre la tierra. El desafío no da espera. ¡Humanistas de la tierra, uníos! Tal podría ser el lema para estar a la altura de los tiempos.

Útil resulta en este contexto entender la lógica de los derechos. Ellos no son cosas, sino relaciones. Relaciones normativas entre sujetos que se hacen exigencias mutuas. Los derechos implican obligaciones a distintos niveles. Si tengo derecho a la vida, otros tienen la obligación de no agredirme y los demás (la comunidad) de protegerme en caso de amenaza o agresión. Pero, también, la obligación de garantizarme un mínimo vital en caso de no poder satisfacerlo por mis propios medios.

Antes de la modernidad las obligaciones no tenían que ser exigidas por el mecanismo de los derechos. La comunidad aseguraba su cumplimiento gracias a los vínculos morales compartidos. Más que individuo, la persona era miembro de un colectivo con jerarquías y deberes preestablecidos. Con las transformaciones científicas y tecnológicas todo cambió. La adscripción de los súbditos al reino desapareció ante las nuevas formas de generación y acumulación de capital. La imagen mítica del mundo fue reemplazada por la enorme máquina de la metrópolis.

Con la globalización de la economía, en la fase avanzada del capitalismo financiero, corporativo y transnacional, el modelo mismo de los derechos es puesto a prueba. Su aseguramiento no se garantiza a todos por igual. La segmentación de la sociedad entre poseedores de recursos económicos y desposeídos abre la tijera de la desigualdad y volatiza la armonía social. Los derechos se tornan para muchos en ilusión. Esto porque el cumplimiento espontáneo de las obligaciones correlativas es incierto y la acción del garante estatal para forzarlo, insuficiente.

Dos metáforas simbolizan la situación: el mercado y la tómbola. Al mercado de derechos acuden quienes pueden asegurar las obligaciones mediante abogados, árbitros, partidos, contratos, leyes y sentencias. A la tómbola de derechos recurren las personas con ingreso precario que demandan de la colectividad subsidios, acciones afirmativas, reconocimientos especiales, cuotas y tratos diferenciales. A ninguna de las dos vías acceden las amplias multitudes, marginadas del mercado y escépticas del efímero Estado. La impolítica —el desencanto y descreimiento de la participación democrática— se impone y deja libre el espacio al fascismo, al fundamentalismo y al fanatismo.

Ante el desafiante panorama se plantea una disyuntiva: esperar el Armagedón, refugiándose en los asuntos particulares y privados; o participar en la construcción de una sociedad más democrática, participativa, pluralista e inclusiva. Para estrechar los vínculos de los integrantes de la comunidad y así poder hacer frente con éxito a la dominación interna y externa de poderosas organizaciones legales e ilegales, es más aconsejable la segunda opción. La primera es propia de la pre- y posmodernidad. Si queremos que el reverso de los derechos, o sea, el sistema de asignación y cumplimiento de obligaciones correlativas, opere e incluya a migrantes, refugiados y campesinos, tendremos que idearnos nuevas formas complementarias al mercado y alternativas a la tómbola para realizar los derechos de todos.

 

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