El Sí y el “otrosí”

Lisandro Duque Naranjo
23 de enero de 2017 - 02:00 a. m.

Nada pertuba más a una comunidad ladrona, u homicida, o mentirosa, como el hecho de que se infiltre en ella un ciudadano honorable, o respetuoso de la vida, o incondicional con la verdad.

La primera reacción frente a quien entorpece una rutina malévola es tratar de seducirlo, para que se acomode y coma callado. Pensar en que asimile la turbiedad del grupo sin beneficiarse de ella es inaceptable, no brinda confianza. El que entra a la organización debe implicarse, incurrir en un acto cruel —matar a su mascota, por ejemplo—, aunque lo ideal es que se trate de algo punible, para cruzar el punto del no retorno y deberle algo también a la justicia. De lo contrario es un estorbo. Una persona limpia no funciona en un mecanismo descompuesto. En cuanto al jefe de este, no puede, definitivamente, ser eso que llaman una mamita, o una buena papa.

Yo me preguntaba, cuando leía las columnas de Cecilia Álvarez en El Tiempo, antes del plebiscito, el porqué de tantos ruegos de la exministra a su exjefe, Álvaro Uribe, para que se uniera al Sí, y aunque me demoré en encontrar la razón, esta semana la obtuve: era que ella algo había hecho torcido, aunque fuera en el gobierno posterior, el de Santos, que resultó siendo su aceptación, cuando fue ministra del Transporte, del “otrosí” que gestionó, con sus artes de pillo, Otto Bula, lobista de Odebrecht. La señora Álvarez, como funcionaria, se dejó llevar de una conveniencia en físico que por lo menos debió advertir a su tiempo para inhabilitarse: la echada de una carretera por predios de la familia de su pareja, la señora Parody. Como estaban acostumbradas a quedarse calladas…

Es fácil, entonces, imaginarse el susto de ambas cuando lo de Odebrecht salió a la luz. Aunque fuera en un residuo, ellas habían estado en ese entuerto, o por lo menos la ministra. Y se figurarían a su exjefe rebuscando los papeles con que las implicaría. Con la organización no se juega. El silencio con ella es vitalicio. Y ahí fue que decidieron preparar el trillado argumento de la “cortina de humo”, que para algunos funciona, y que además es cierto. Que todos somos bandidos, que la humanidad es un desastre, cosas de esas.

En cuanto al expresidente, ¿qué es una raya más para un tigre? Ni siquiera los caracteres de esta columna alcanzarían para enumerar sus procederes ilícitos, sus encubrimientos en verdaderos asaltos al fisco, incluso de parte de su entorno familiar, y sus incitaciones sistemáticas a la sangre, con la que parece no haberse saciado a la fecha. El hombre es completo.

Aunque suena como un contraste inmerecidamente lírico, cito enseguida lo que dice García Márquez en El amor en los tiempos del cólera al describir la belleza de Fermina Daza desde la mirada de Florentino Ariza. Es una alusión, por supuesto, a la frescura con que va por el mundo el expresidente Uribe con su historial nefasto, sin que nadie lo agarre, y mientras caen a su lado los que han constituido su séquito:

“La siguió sin dejarse ver, descubriendo los gestos cotidianos (…) del ser (…) al que veía por primera vez en su estado natural. Le asombró la fluidez con que (Fermina) se abría paso en la muchedumbre. Mientras Gala Placidia se daba encontronazos, y se le enredaban los canastos y tenía que correr para no perderla, ella navegaba en el desorden de la calle con un ámbito propio y un tiempo distinto, sin tropezar con nadie, como un murciélago en las tinieblas…”.

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