El silencio latinoamericano

Arlene B. Tickner
01 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

Mientras que alrededor del globo distintos líderes políticos y comunidades han condenado el veto de la administración de Trump a la entrada de inmigrantes y refugiados de siete países musulmanes, en buena medida América Latina ha pasado de agache sobre esta y otras políticas controversiales, como la construcción del muro en la frontera con México.

Si bien es entendible que los gobiernos regionales quieran evitar la confrontación con Washington con miras a preservar algún grado de “normalidad” en sus relaciones, el apego a la lógica de “sálvese quien pueda” y la carencia de posiciones colectivas en temas neurálgicos como el comercio, la migración, el crimen organizado y el narcotráfico vuelven más dañina que de costumbre la estrategia estadounidense de “divide y conquistarás”.

A diferencia de otros líderes que han utilizado la irracionalidad como táctica de manipulación de las relaciones diplomáticas, todo indica que Trump no simula sino que en verdad actúa impulsivamente sin medir las consecuencias. Por ejemplo, sus posiciones frente al libre comercio, los migrantes y las organizaciones internacionales, además de ser contraproducentes para los intereses nacionales económicos y de seguridad, corren el riesgo de alejar a los aliados de Estados Unidos, crear enemigos nuevos y acrecentar el antiamericanismo. En el caso específico del matoneo y satanización de México, el nuevo mandatario también ha desechado la premisa básica de que con tan estrecha interdependencia entre dos países (parecida a la que existe con Canadá), cuando el uno está mal, el otro también sufre.

Peor que esto, como lo afirma el psicólogo de Johns Hopkins, John D. Gartner, Trump es un narcisista maligno entre cuyos rasgos se incluyen la impredecibilidad, la destructividad, la agresividad, la falta de empatía y las ilusiones de grandeza. Sumado a la irracionalidad, este tipo de personalidad en el líder de un país que con tan solo estornudar afecta al resto del mundo, plantea retos inmensos a la diplomacia. Para la muestra, todos los intentos del gobierno mexicano de acercarse bilateralmente a Trump, incluyendo la fatídica invitación a Los Pinos cuando era tan solo candidato presidencial, han sido en vano. Ad portas de la visita (ya cancelada) de Peña Nieto, mientras que los secretarios de Economía y Relaciones Exteriores se reunían con algunos funcionarios del gobierno entrante en Washington con miras a restablecer la cordialidad y la confianza entre los dos países, el mandatario estadounidense firmaba la orden ejecutiva que decretaba la construcción del muro e insistía nuevamente en que los mexicanos lo pagaran.

Por lo anterior, el silencio latinoamericano frente a lo que está ocurriendo constituye no solo un error moral, sino estratégico. Cómo mínimo, los gobiernos de la región tendrían que trazar colectivamente algunas “líneas rojas”, como defender a toda costa los intereses de sus connacionales que residen (legal e ilegalmente) en Estados Unidos, que en casos como Miami —la primera ciudad en abandonar el estatus de santuario después de la orden ejecutiva firmada por Trump que prohíbe fondos federales para éstos— podrán verse afectados, y protestar la agresión injustificada contra países del vecindario, como ha sucedido con México y podrá ocurrir con otros como Cuba.

Profesora U. del Rosario

 

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