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En agosto nos vemos

Patricia Lara Salive
27 de noviembre de 2015 - 02:30 a. m.

Cuando me senté en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, en Austin, a hojear las páginas de 'En agosto nos vemos' —la novela inacabada de Gabriel García Márquez—, corregida con su letra inconfundible, me embargaron cuatro sentimientos:

la alegría inmensa de reencontrarme con su voz única; el pesar de saber que a ella ya no podré descubrirla en textos nuevos; la admiración al constatar en sus tachones todo lo que Gabo luchaba para encontrar en cada caso la palabra perfecta, y el reconocimiento por la decisión de su familia de no publicar esa obra que dejó casi lista, como han hecho algunos familiares de escritores fallecidos. Es que la tentación de hacerlo, editándole apenas unos detalles, debió haber sido grande, pues la novela ya había llegado a su final e, incluso, el propio Gabo había leído alguna vez en España el primer capítulo de esa historia:

“Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las tres de la tarde. Llevaba pantalones vaqueros, camisa de cuadros escoceses, zapatos sencillos de tacón bajo y sin medias, una sombrilla de raso, su bolso de mano, y como único equipaje un maletín de playa. En la fila de taxis del muelle fue directo a un modelo viejo carcomido por el salitre. El chofer la recibió con un saludo de amigo y la llevó dando tumbos a través del pueblo indigente, con casas de bahareque y techos de palma amarga, y calles de arena ardiente frente a un mar en llamas. Tuvo que hacer cabriolas para sortear los cerdos impávidos y los niños desnudos que lo burlaban con pasos de torero. Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales donde estaban las playas…”.

En su prosa fascinante, Gabo llegó a contar la historia de Ana Magdalena Bach, una mujer que cada 16 de agosto viajaba a una isla de ese Caribe que él llevaba tan prendido a la piel, con el fin de visitar la tumba de su madre y, justo ese día, lo aprovechaba para serle infiel a su marido, Doménico Amarís, un hombre de 44 años, bien plantado y fino, dedicado a la música y director del Conservatorio Provincial, con quien ella creía que había sido feliz. Hasta que después de varios agostos de practicar esa costumbre, y de encontrarse con múltiples amantes, entre ellos un obispo, uno que luego descubrió que era criminal y otro que la humilló dejándole entre un libro un billete de 20 dólares y a quien ella, infructuosamente, se obsesionó por volver a encontrar, Ana Magdalena acabó exhumando los restos de su madre y llevándoselos consigo para jamás tener que volver a ese lugar.

Para terminar vale decir que, a pesar de que en Colombia criticaron tanto que los papeles de Gabo los hubieran entregado a ese archivo, biblioteca y museo de la Universidad de Texas, la decisión no pudo ser más acertada: por un lado, los conservan con sumo cuidado: para acceder a ellos, hay que despojarse de carteras, abrigos y bufandas, lo mismo que de bolígrafos y de todo cuanto pueda dañarlos; por otra, entraron a formar parte de un patrimonio muy importante de la humanidad, junto a 36 millones de manuscritos y un millón de libros raros, entre lo que se destacan la preciosa Biblia de Gutenberg, el Primer Folio de las obras de Shakespeare, así como manuscritos de Lewis Carroll, Doris Lessing, James Joyce, William Faulkner, D. H. Lawrence, Norman Mailer, Graham Greene, Edgar Allan Poe y Jorge Luis Borges, entre otros. Y, finalmente, gran parte de sus papeles están siendo digitalizados por el Ranson Center para que todo el público pueda consultarlos.

¡Más no se puede pedir!

 

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