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¡Es la cultura, estúpido!

Alvaro Forero Tascón
11 de abril de 2016 - 02:00 a. m.

“Es la economía, estúpido" es una frase famosa de un asesor político de Bill Clinton para describir el factor realmente decisivo en la campaña presidencial de 1992.

Mientras que el presidente Bush padre se enfocaba en los éxitos de política exterior, lo que empezaba a decidir el voto de los estadounidenses eran los problemas económicos. Tenía razón James Carville, el asesor político, y por entender las fuerzas subyacentes de la sociedad norteamericana en el momento, el joven exgobernador de Arkansas derrotó al presidente que solo meses antes tenía niveles de popularidad de 80% por haber ganado la Guerra del Golfo.

En Colombia se le adjudican los problemas al Gobierno, a la justicia, a los funcionarios, a los políticos, pero raramente se culpa a la cultura, es decir, al conjunto de “saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social... que usan sus miembros para comunicarse entre sí y resolver sus necesidades” (Wikipedia: “Cultura”). La explicación quizá sea que eso, primero, implicaría aceptar parte de la responsabilidad, y segundo, que existe la tendencia a idealizar la cultura colombiana, la de la “berraquera”, de la cual cada colombiano se siente digno representante.

Un elemento fundamental de la cultura colombiana es la ausencia de responsabilidad propia. Todos los problemas se reducen a un culpable, y ese siempre es otro, pues con la ayuda del populismo mediático y político se ha construido un imaginario expiatorio del ciudadano virtuoso y víctima. Antanas Mockus lo explica como que creemos que nuestro comportamiento es determinado por la moral, mientras que los demás solo responden a estímulos coercitivos.

El caso más elocuente de que la cultura es predominante en muchos problemas, y que se busca siempre atribuirle la responsabilidad a un enemigo externo (“la Far” ,por ejemplo), es la violencia. El conflicto armado no ha generado más del diez por ciento de las muertes violentas. Es la agresividad ciudadana la principal causa, al punto que el día de mayor violencia en Colombia es el Día de la Madre en que se reunen las familias. Bogotá, tan alejada del conflicto armado, sufre de una epidemia de riñas que en algunos fines de semana supera las 2.000. Buena parte de la explicación de que algunos problemas se hayan convertido en las cinco plagas colombianas —impunidad, ilegalidad, inseguridad, informalidad, inequidad— que desde hace décadas se agravan en lugar de amainar, es que tienen raíces culturales y dependen de comportamientos colectivos más que de políticas públicas.

Cuando los problemas tienen componentes culturales muy fuertes, resolverlos implica ir en contra de los consensos populares, lo que genera resistencia y desemboca en conflictividad política. Hacerlo resulta doblemente difícil cuando el populismo, para su beneficio político, se ha encargado de solidificarlos, presentándolos como virtuosos y parte de la identidad nacional. Generalmente los populistas no son genios de la política, ni grandes líderes, sino que además de compartir los vicios culturales de sus conciudadanos, los encarnan deliberadamente para conectarse con creencias y comportamientos poco virtuosos de las mayorías, que por serlo, son también los que generan mayor defensividad y agresividad por parte de éstas.

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