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Falacias sobre la desigualdad

Mauricio Botero Caicedo
11 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.

El coeficiente de Gini, que se utiliza para medir la desigualdad, es un número entre 0 y 1, en donde 0 asume perfecta igualdad y 1 perfecta desigualdad. Si bien en Colombia el índice Gini de .534 es alto, está substancialmente por debajo del Gini mundial que es de .63.

El nobel Angus Deaton explicó la semana pasada en Bogotá que hay “desigualdades” positivas y “desigualdades” perversas. Las positivas son las del fruto del trabajo y la creatividad y llevan a las personas a esforzarse por aumentar sus ingresos. Las perversas, caldo de cultivo para el antagonismo entre las clases sociales, son aquellas que son fruto de la corrupción o del abuso del poder. En Colombia es ilustrativa la forma en que un porcentaje pequeño de la casta burocrática y judicial se ha apoderado del grueso del gasto pensional.

A algunos, para ilustrar la “desigualdad” nacional, les ha dado por medir el Gini de los CDT, o de depósitos bancarios, olvidando que es el mismo Estado el que desincentiva el ahorro con su insensato impuesto del 4 x 1.000. Creo que estas mediciones tienen tanta relevancia como medir el Gini de los establecimientos comerciales. ¿Y por qué nadie mide el Gini de los impuestos, en donde la carga recae sobre un puñado de empresas y personas? Los citadinos se escandalizan con la desigualdad en la tenencia de la tierra, olvidándose de que en todo país que atraviesa un acelerado proceso de urbanización, la propiedad de la tierra pierde relevancia. Los “fanáticos de la igualdad” hacen caso omiso de que, dada la mínima productividad laboral del agro colombiano, se necesitan diez personas para hacer lo que hace un agricultor estadounidense. Olvidan también que sólo el 2% de la población de Estados Unidos produce buena parte de la comida que consumen los gringos y que se tranza en los mercados internacionales. Nadie ha visto manifestaciones en Washington exigiendo una repartición más igualitaria de la tierra, porque la distribución del agro estadounidense es tan poco relevante como la distribución de los penthouses.

El Gini del agro puede ser manifiestamente engañoso. Para ilustrar este fenómeno basta un simple ejemplo: supongamos dos fincas que suman 1.000 hectáreas en el Llano, en donde un agricultor, el Sr. Frutos, siembra dos hectáreas de piña, y un ganadero, el Sr. Becerra, tiene en 998 hectáreas 99 novillos (en el Llano generalmente se necesitan diez ha. por animal). En este ejemplo, el Gini de la propiedad sería .998, lo que llevaría a todo “igualizador” a poner el grito en el cielo y reclamar justicia redistributiva. Los citadinos exigirán una reforma agraria inmediata que parta la finca del Sr. Becerra y le entregue la mitad al Sr. Frutos.

Utilizando el mismo ejemplo, asumamos que se está midiendo el Gini de los ingresos: el Sr. Frutos en sus dos hectáreas de piña obtiene ingresos de $100 millones por año y genera una utilidad de $20 millones. El Sr. Becerra logra que el peso de cada uno de sus novillos aumente 250 gramos diarios, lo que le permite facturar $36 millones anuales, generando una utilidad de $5 millones, o sea, la cuarta parte del Sr. Frutos. Al ser el Gini de los ingresos de .8, habría un clamor de los “igualizadores” por reducir la brecha de los ingresos entre Frutos y Becerra y entregarle la mitad del cultivo de la piña al Sr. Becerra. El resultado final es que, en la errónea interpretación de unos Gini de dudosa relevancia, los “igualadores” acabarían con las explotaciones de Frutos y de Becerra. Además de los 11 millones de toneladas de comida, Colombia terminaría importando tanto piña como carne.

 

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