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Firmemos la Carta Magna de universidades colombianas

Ignacio Mantilla
06 de febrero de 2016 - 03:50 a. m.

Las universidades son hoy en día el centro de un sistema de relaciones, de conexiones con los movimientos de la sociedad, con sus condiciones culturales y con los conflictos políticos y sociales de toda nación.

Por esto, la universidad colombiana no es ajena, ni ha sido inmune a la guerra de más de 50 años que los colombianos queremos que acabe al fin. Podemos afirmar que ningún profesional actualmente activo en el mundo laboral, formado en Colombia, ha podido disfrutar de una universidad en paz. Lamentablemente la universidad también ha aportado muchas víctimas y ha perdido importantes académicos en este conflicto.

Quienes tenemos el deber de formar y quienes vivimos en y para la universidad, debemos aceptar un nuevo reto si se firma un acuerdo de paz, como lo esperamos. Los profesores seremos nuevamente "primíparos" de nuestras universidades. Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas y ya no tenemos mucho tiempo. Ahora más que antes hay que responderle a un nuevo país.

Después de este largo conflicto interno, será necesario que nos empeñemos en la reparación de los daños que han afectado profundamente la estructura social, intelectual y material de nuestra nación. Sé que para muchos replantear la educación superior no es prioritario frente a asuntos relacionados con la vivienda, la salud o el impulso económico. Sin embargo, debemos aceptar que un sistema universitario fuerte y dinámico estimulará a las personas, especialmente a los jóvenes, a elevar sus propias aspiraciones y provocará, como objetivo colectivo, un seguro avance social hacia el progreso para la superación de los problemas.

Un ejemplo que alimenta esta visión es el de Alemania, que se dio a la tarea de restablecer las universidades como prioridad después de la Segunda Guerra Mundial. Así, universidades como la de Maguncia, que después de cuatro siglos de existencia había desaparecido en el siglo XIX, se refundó de inmediato, ocupando incluso las mismas edificaciones que sirvieron de cuarteles al Ejército, hasta constituirse hoy en una de las más importantes universidades alemanas. O la Universidad Libre de Berlín, fundada por iniciativa de estudiantes que durante la ocupación de la ciudad, huían del control soviético del sector, para ganar un espacio académico libre.

John Daniel, directivo de educación de la Unesco, sostiene que en Europa se ha llevado a cabo un proceso evolutivo de reconstrucción intelectual más que meramente material después de superar los grandes conflictos armados. Así, afirma que “La caída del Muro de Berlín liberó las energías intelectuales, en la medida en que las nuevas democracias europeas transformaron sus universidades”.

Considero que el crecimiento del sistema universitario es en sí mismo un indicador de progreso cultural de la sociedad. Por eso, un sistema universitario saludable y fuerte se convertirá en el factor más determinante para proporcionar movilidad social, en especial ahora que tenemos el reto de y la oportunidad de conformar una sociedad mejor.

Nuestra universidad del posconflicto deberá dar ejemplo y su papel será el de construir una nueva cultura, fortalecida en el respeto y la ética, una cultura de paz y de progreso que se fundamente en la calidad, la equidad y la inclusión social. Que sustituya la intimidación política con la participación, la asamblea con el debate, el panfleto y la arenga con la reflexión constructiva, que libere la capacidad científica y, definitivamente, que impida que los vicios de la política penetren y se enquisten en la universidad.

En 2014, en el marco del III Encuentro Internacional de Rectores de Iberoamérica, celebrado en Río de Janeiro, se produjo un verdadero compromiso con la universidad del siglo XXI. La Carta de Río expresa el acuerdo de las universidades iberoamericanas en la consolidación del Espacio Iberoamericano del Conocimiento; la responsabilidad social y ambiental de la universidad; la fundamental atención de las expectativas de los estudiantes; la formación continua del profesorado; la garantía de calidad de las enseñanzas y su adecuación a las necesidades sociales; la ampliación de la internacionalización y de las iniciativas de movilidad.

Este reto autoimpuesto hace de la universidad iberoamericana un instrumento potente de cooperación internacional, como lo ha sido para el caso europeo la Carta Magna, suscrita inicialmente por las universidades de esa región en 1988 con motivo de la celebración de los 900 años de la Universidad de Bolonia, la más antigua del mundo. Este documento se ha convertido en guía filosófica de las universidades para lograr la colaboración permanente entre ellas y el desarrollo adecuado de sus objetivos, que enfrentan, con pertinencia, las necesidades de sus diferentes naciones.

En nuestro caso, que enfrentamos el reto de aportar para una paz sostenida, es necesario que firmemos la Carta Magna de universidades colombianas. Un compromiso con principios y estrategias para convertirnos en el motor del progreso. Con esta proclama la universidad colombiana se responsabilizará voluntariamente ante la sociedad para ejercer su autonomía, suscribiendo un acuerdo para el pos-acuerdo que exalte los superiores intereses de la nación. 

@MantillaIgnacio

* Rector de la Universidad Nacional de Colombia. 

 

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