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Homosexuales al himeneo

Reinaldo Spitaletta
12 de abril de 2016 - 03:05 a. m.

Jaime era un pelado rubio, de paso suave y hablar delicado.

Jamás participaba de nuestros juegos callejeros. Mucho menos, de los partidos de fútbol o las competencias de pelota envenenada. Cuando pasaba cerca de nosotros, por las calles del barrio El Congolo, lo silbábamos, como se estilaba con las muchachas bonitas. Ni nos miraba. Seguía de largo, como dándonos a saber que nos hacía víctimas de su desprecio. O que, al menos, no le importaba nuestra actitud.

Le decíamos “Sosó”, “Mariposo”, “Loca” y no faltaba el que quería patearlo. No hacía parte de la gallada de futboleros y de expedicionarios a quebradas a demostrar quién era el mejor nadador y el más arriesgado para arrojarse al agua desde los altos de un peñasco. Con nosotros jamás andaba ninguno que pudiera quitarnos el prestigio de machotes, de varones, de muchachos peleadores, que podíamos expresar nuestra hombría a punta de fumadas de Pielroja o con tomas de “pipo”, mixtura barata y explosiva de alcohol con gaseosa y leche condensada.

Así que Jaime y otros, que, como él, según nosotros, no gozaban de la dignidad para estar en nuestras barras, eran seres marginados. Ser mariquita (o parecerlo) era una afrenta. Un estigma. Lo que ahora se llama, con cierta pompa esnobista, el bullying, se ejercía en los recreos escolares o en otros espacios contra los “afeminados”, “dañados”, “aguasdeflorero”, etc, que había referencias mil de la discriminación.

Ser marica, en todo caso, no daba carácter ni era bien visto. Ni los ecos de la revolución sexual, ni las luchas feministas contra el machismo, ni las lizas tremendas de los homosexuales en los Estados Unidos le daban lustre a esa condición. En la barriada, como parte de lo que hoy se llama homofobia, se contaban chistes sobre maricas, con dichos burlescos como “homosexual Aristóteles, Calígula, Oscar Wilde, Whitman, Vargas Vila, Barba Jacob, pero vos sos un pobre mariquita, carajo”.

Las luchas de los homosexuales por sus derechos y contra las formas de segregación, calaron en la cultura, aunque, todavía, hay suspicacias y miradas oblicuas. ¡Ah!, y el término gay, que hasta los setenta, en inglés significó “alegre, divertido, contento”, la comunidad homosexual de San Francisco, California, lo asumió para referirse a sí misma, y se aplica solo al género masculino, no a las lesbianas o transexuales. El lenguaje también es un campo de batalla.

Pese a las conquistas de derechos de los homosexuales, continúa el segregacionismo. Todavía tratar de maricón (sobre todo a alguien que no lo es) sigue siendo un insulto, aunque, para el caso de Antioquia, por ejemplo, ya todo es marica porque sí o marica porque no, “¡ay!, marica”, se oye por doquier. La palabra se tornó amistosa, síntoma de cariño. No como entre los cubanos, cuando Fidel y el soviético Nikita Kruschev decidieron retirar los misiles de la isla, en una de las calenturas de la Guerra Fría: “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”. Ni tampoco cuando el entonces presidente Uribe amenazó a uno de sus colaboradores con la celebérrima frase: “si te veo, te doy en la cara, marica”.

Con el reconocimiento que ha dado la Corte al matrimonio gay en Colombia, los homosexuales obtienen otra victoria política, contra la corriente y contra lo que se denomina “la godarria”, que no es solo una bandería partidista, sino una presencia larga y ancha en los imaginarios y mentalidades del país. Hoy, los homosexuales pueden casarse y adoptar hijos, un asunto inimaginable en los días en que insultábamos a muchachos como Jaimito, por sus poses, hablado, tendencia y actitud.

El procurador (al que algunos mamagallistas de esquina dicen que por qué no le buscan un novio) ha dicho que en Colombia “hoy la vida no es inviolable, el matrimonio no es matrimonio y la familia no es familia”. Y todo para oponerse a la adopción y al matrimonio gay. En ese mismo sentido, el expresidente Uribe declaró en una columna de prensa que “la intimidad no tiene por qué desafiar a las leyes naturales que fundamentan la existencia y mantenimiento de la especie humana”.
No faltará quién contradiga a uno y otro y advierta que el matrimonio homosexual es una manera eficiente de control de la natalidad. En los corrillos, la guasonería al tratar el tema dice que los homosexuales se van amargar la vida con el matrimonio y por esa actitud los declaran tan poco inteligentes como los heterosexuales que se casan. “Pa’ que sufran”, se oyó decir en una charla de café.

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