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Huella y futuro de una Alcaldía

Eduardo Barajas Sandoval
10 de mayo de 2016 - 02:00 a. m.

En la medida que los estados reducen su influencia, sube la de las ciudades, abanderadas de procesos que marcan el ritmo de la vida contemporánea; de ahí las expectativas que despierta la elección de un musulmán como alcalde de Londres. Los alcaldes son protagonistas de formas cada vez más nuevas de acción política.

Ya no se ocupan solamente de problemas inmediatos ni de hacer el mantenimiento de sus ciudades. Su ejercicio del gobierno les obliga, sumados los esfuerzos de todas las urbes, a proyectar el hábitat de la mayoría de seres humanos, que como nos lo repiten a toda hora, reside en ellas. Por eso el ejercicio de elegir a uno u otro candidato implica enrome responsabilidad ciudadana.

Dentro de la amplia gama de ciudades del mundo, representativas de diferentes culturas y modelos políticos, hay algunas que por razones históricas, basadas en la sucesión de ejercicio del poder hegemónico de una u otra nación, se han convertido, con mayor o menor fuerza, en referente para e mundo entero. Londres ha sido una de ellas.

Boris Johnson acaba de dejar la alcaldía de la capital británica. Su paso por ella deja la huella de un conservador de quien los miembros de su propio partido se burlaron cuando en 2007 propuso su nombre, desde la mediocridad de su acción parlamentaria, pero que a la hora de la verdad terminó por seducir inclusive a muchos de sus oponentes a punta de carisma y buen criterio. Claro que cabalgó, holgadamente, sobre el proceso de los Juegos Olímpicos, que normalmente permite a los alcaldes hacer todo lo que en condiciones normales no se habría podido. Pero vino luego su consagración en un segundo período que ha sabido rematar como figura política nacional, al frente de la idea de dar por finalizada la membresía británica de la Unión Europea.

Se dice que Boris entrega la ciudad con una criminalidad reducida, empleo creciente, y un sistema de transporte en vías de reconfiguración. Sobre la base de su éxito aparente, no falta quien lo vea como una opción de relevo futuro de los conservadores de todo el Reino, para lo cual reúne condiciones tradicionales como la de haber estudiado en Eton y en Oxford, aunque provenga, a la larga, de una familia fundada por un visir del Imperio Otomano que se “britanizó” hace ya buen tiempo.

No obstante esas perspectivas, los electores londinenses han optado por una línea propia, pues a la hora de elegir a su sucesor decidieron por mayoría contundente derrotar a Zac Goldsmith, también conservador, y el más acaudalado miembro del Parlamento, quien habría sido, por tendencia política, educación y clase social, continuador de la obra del alcalde que se acaba de ir. En cambio los socialistas han vuelto a triunfar, de manera que gobernarán al menos por los próximos cuatro años. Pero no se trata simplemente de un cambio de partido sino de un giro radical en la índole el alcalde que escogieron, al elegir a Sadiq Khan, quien además de militar en la línea abierta y conciliadora del Partido Laborista, es musulmán.

Hijo de un inmigrante pakistaní, que se ganó la vida como conductor de bus, y de una costurera del mismo origen y costumbres asiáticas, el tercer alcalde elegido en la historia de Londres, mayor y más poderoso cargo de elección directa en el sistema británico, pasará ahora a gobernar una ciudad que él mismo comprende como verdaderamente cosmopolita, sobre la base de la capacidad que tiene para atraer y ofrecerle algo a gente de todo el mundo.

Sadiq Khan, hasta ahora miembro del Parlamento por una circunscripción de barriada, dice que pasó hasta ahora su vida política luchando contra el extremismo y la radicalización, animando a las comunidades minoritarias, y discriminadas, a aprovechar las oportunidades de la democracia y entrar a participar en el juego ordinario de la política. Esa es la clave de su éxito y por ahora su gran lección, practicable claro está en un ambiente como el británico, que con su llegada a la alcaldía reconoce la presencia arrolladora y la importancia política de personajes de la vida cotidiana, y de la vida pública, que se apartan completamente de la ciudad descrita en su momento por Middleton, Boswell, Conrad o Dickens. Para no hablar del rigor histórico de la “biografía” de la ciudad, escrita por Peter Ackroyd.

Las mentes más liberales consideran que, después de todo, la filiación religiosa del alcalde no tiene importancia, siempre y cuando haga bien su oficio. Tal vez por eso derrotaron a Goldsmith, de quien se dice que en medio del desespero por su inevitable derrota llegó a sugerir que un alcalde musulmán facilitaría el avance del islamismo radical en contra de la ciudad. Lo cierto es que no solamente Khan está a prueba sino también todos y cada uno de los múltiples grupos sociales que conforman el complejo tejido de la capital. La huella de Boris Johnson queda como cosa del pasado. Ahora viene la experiencia de un nuevo tipo, inédito, de alcalde, que despierta muchas incógnitas a ser respondidas desde los suburbios, los parques, los pubs, los periódicos de Fleet Street, la fanaticada de los equipos de fútbol, los recintos de la plutocracia planetaria que reside en la ciudad, los campos de cricket, y los clubes de St James Square.
 

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