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Implementación e Irán

Arlene B. Tickner
20 de enero de 2016 - 04:48 a. m.

El “día de la implementación”, celebrado por el presidente Hasán Rohani como una “victoria gloriosa” luego de que el Organismo Internacional de Energía Atómica certificara el desmonte de la mayoría de la infraestructura nuclear de Irán, tiene consecuencias económicas y políticas significativas.

El levantamiento de sanciones posibilita la apertura iraní al comercio y la inversión internacional. Con uno de los últimos mercados emergentes no integrados a la economía global y una población de 80 millones, se prevé la inundación de multinacionales europeas y asiáticas (las de Estados Unidos siguen impedidas por la vigencia de otras sanciones no nucleares) interesadas en hacer negocios. Además de volver a exportar petróleo, acción que saturará aún más el mercado y afectará los precios del crudo, se descongelará el acceso iraní a alrededor de US$50.000 millones para la renovación y modernización de su aparato productivo e infraestructura. Es de esperar que el aumento en los flujos transnacionales también robustezca la sociedad civil.

Con el reintegro de este Estado “paria” a la comunidad internacional, Occidente también aspira enlistarlo en la lucha contra el Estado Islámico y la búsqueda de una solución al conflicto en Siria, para la cual su participación es definitiva. Si bien las relaciones diplomáticas con Estados Unidos seguirán rotas, la suavización del tono de la interacción bilateral, que se evidencia entre otras cosas en la comunicación fluida entre los cancilleres John Kerry y Javad Zarif, y en el publicitado intercambio de presos, ha sido diciente.

Pese a que el acuerdo nuclear podría considerarse uno de los mayores triunfos de la diplomacia internacional (y estadounidense) en años recientes, en Oriente Medio hay muchos inconformes. Además de Israel, los estados (suníes) del Golfo y Arabia Saudita temen un cambio en el balance geoestratégico en la zona ante el empoderamiento iraní. Al tiempo que el régimen ha perfeccionado el ejercicio del poder blando —la columna publicada recientemente por Zarif en el New York Times, en donde acusa a los sauditas de barbarie y reitera el compromiso de Irán en el combate al extremismo es ilustrativa— ha desplegado su poder duro en conflictos como Siria, Irak y Yemen.

Queda por verse hasta qué punto la “implementación” puede afectar positivamente las elecciones parlamentarias del 26 de febrero, que son una especie de plebiscito sobre el gobierno reformista de Rohani. El hecho de que el Consejo de Guardianes, que debe aprobar toda candidatura, ya descalificó a más del 40% de quienes se presentaron, entre estos muchos reformistas, es mala señal, aunque muchos han protestado la decisión, incluyendo el presidente, y aún no es definitiva. De la misma forma que las elecciones en Irán pueden frenar o acelerar la transformación de sus relaciones con el mundo, la contienda electoral en Estados Unidos, en la que los republicanos han condenado al unísono la modulación de la política de Obama, plantea otra incógnita.

 

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