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La belleza de las reinas

Melba Escobar
08 de octubre de 2015 - 02:52 a. m.

Cuando era pequeña, en casa de mis tías solíamos ver una revista que comentábamos durante las visitas. Ocurría en esta época del año. En ella, un grupo de candidatas al Reinado Nacional de Belleza posaba en vestidos brillantes, a veces en flamantes trajes de baño.

Recuerdo su aparente bonhomía, sus frases hechas y su desenfadada coquetería. Envidiaba sus certezas sobre temas tan importantes como la existencia de Dios o la urgencia de la paz mundial. Además de ser hermosas, las reinas parecían saberlo todo.

Con el paso de los años esa suerte de ternura, o confianza que me transmitían, dio lugar a la ironía. Luego vino un día mi papá a decir que a las reinas, como a las vacas, las miden, las pesan y las hacen desfilar para elegir a la que tiene mejores carnes. No sin algo de melancolía, dejé de creer en esa suerte de “hadas madrinas” de mi niñez. Sin embargo, mi historia tuvo un giro inesperado. La semana pasada, por invitación de una revista, estuve con las candidatas en La Macarena, Meta.

Durante cuatro días las vi levantarse a las tres de la mañana para pasar a maquillaje. Las vi sonreír bajo un sol inclemente haciendo equilibrio entre dos piedras resbalosas rodeadas de zancudos. Las vi comerse cuanto les ofrecían: sancocho (cuatro harinas), empanadas, pastel gloria o pandeyuca. No importaba que el maquillaje tuviese que ser retocado 12 veces en un día por cuenta del calor, el polvo y la brisa; tampoco importaban las jornadas de 16 horas, las picaduras, la fatiga, la precariedad. Ellas parecía divertirse, sin perder el profesionalismo.

La mayoría de estas mujeres no tienen cirugías. Sus bellezas son de una diversidad exuberante. Las hay rubias, negras, morenas, mestizas. Las hay hijas de madre soltera, originarias de una comunidad indígena, campeonas de Taekwondo, de patinaje y atletismo.

Lo cierto es que desde hace unos 20 años son los patrocinadores quienes financian el reinado, no las candidatas. Por lo mismo hace tiempo no tienen que ser ricas para concursar, ni estar involucradas con algún mafioso, como pasaba antes. Ahora no todas son niñas de plata. Las hay de clase media, incluso de extracción popular.

La noche del eclipse, en el municipio de La Macarena se amontonaba la gente en torno al parque central. Pero no estaban viendo cómo se ocultaba la luna; las estaban viendo a ellas. Solo hasta entonces entendí que la belleza de estas mujeres estaba ahí, en la expresión de asombro de una niña de nueve años, en el muchacho uniformado que reía con sus compañeros y se atrevía a botar un beso al viento.

La gente que se agolpaba en la plaza estaba genuinamente alegre. Y en esa alegría vi la belleza de las reinas. Porque por un momento pude mirarlas con los ojos del anciano que sonreía dejando ver la ausencia de sus dientes, en la señora que aplaudía enérgica, en el niño que sacaba un cuaderno del morral del colegio para escribir su primera carta de amor. “Se enamoró”, me dijo la madre emocionada. Ahí estaba, irrefutable, la belleza de las reinas; en esos ojos brillantes, en ese ideal de pureza y virtud que parecían apreciar, con la confusa claridad de quien ve un espejismo.

 

@melbaes

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